Revista Opinión

Día de Reyes (reescritura)

Publicado el 04 enero 2013 por Miguelmerino

Me levanto a las ocho de la mañana, como todos los días de Reyes desde que estoy separado, hace ahora siete años. Lo primero es ir a la cocina y preparar un café, si no, no soy persona, ni el día de Reyes ni ningún otro día.

Una vez tomada la dosis suficiente de cafeína para poder vislumbrar algo entre la niebla de mi resaca, abro la nevera. Ahí está el Roscón de Reyes que he debido comprar la noche anterior en cualquier pastelería. Corto una generosa porción y sin mucho cuidado me la zampo. No me preocupa encontrar el haba o el rey, me lo voy a comer enterito durante el día, así que seré coronado rey y ya he sido el paganini del roscón. Las ventajas de vivir solo.

Comido y bebido me acercó al sofá del salón y un año más compruebo que se ha producido el milagro. Junto a mis viejas zapatillas aparecen varios paquetes envueltos en papel de regalo. Abro el primero: un cartón de Winston; el segundo: la edición ilustrada de Edhasa de la Isla del Tesoro; el tercero: el juego de las recetas de cocina de la Nintendo DS; y el cuarto: una docenita del fraile de calzoncillos y otra pares de calcetines . Este último paquete es de mi ex, tiene llave de mi apartamento y todos los años me deja el paquete con los calzoncillos y los calcetines. Sabe de sobra que yo nunca me ocuparía de esas menudencias. Y para quien no lo sepa, la docenita del fraile consta de trece unidades. Mi ex mujer, que se lo leyó una vez a Cela y desde entonces le gusta utilizar esa unidad de medida. El cartón de Winston es otra tradición, en este caso de mi amigo Miguel, autor de este blog, por cierto, mi nombre es Juan, aunque poco importa. Dejamos de fumar al mismo tiempo y yo le aseguré que podía dejarlo cuando quisiera sin ningún problema, mientras que él, tendría que andar siempre con cuidado, pues si volvía a fumar aunque fuera de broma, volvería a engancharse. El muy cabrito (aunque le estoy quitando años), desde entonces, me regala todos los días de Reyes un cartón de tabaco, con la sana intención de que vuelva a caer en el vicio. Yo, me fumo el cartón durante el mes de enero y no vuelvo a fumarme ningún cigarro hasta el próximo año. Este ha sido el décimo cartón que me ha regalado. El libro y el juego de la Nintendo, los compraría yo junto con el roscón de Reyes en cualquier momento de la noche, es la manera que tengo de asegurarme alguna sorpresa. El día cinco por la noche, salgo a la calle y me pongo tibio de cubatas. Cuando la cosa está en su punto etílico mas importante, me compro un par de regalos que por supuesto al día siguiente no recuerdo haberlo hecho y se convierten en auténticas sorpresas del día de Reyes. Cada cual utiliza los recursos que tiene mas a mano.

A la una como siempre, aparece mi ex. Se llama Eulalia (aunque ni se te ocurra. Llámala Lia) por culpa de una tatarabuela que era muy querida en la familia por no sé que historia de amor. Lo cierto es que desde hace la intemerata, todas las primeras mujeres nacidas en su familia se llaman Eulalia. Yo estaba dispuesto a romper la tradición pero no tuvimos ninguna hija, ni hijo tampoco. Y aunque aún estamos en disposición de tenerla, pues lo cierto es que tiramos, como diría un sudamericano, sino más que antes, al menos sí mejor y con más ganas, pues tiramos cuando realmente se nos apetece y no por obligación, el caso es que ponemos todos los medios a nuestro alcance para que eso no se produzca. No creemos que ningún niño o niña se merezca tener unos padres como nosotros. Sí, si que estamos separados, pero nos llevamos muy bien y la atracción física no la hemos perdido, al contrario, a mí Lia cada día me gusta más. Pero no podemos vivir juntos, no nos soportamos. A los quince días nos tiramos los trastos a la cabeza de manera literal. De hecho, todos los años hacemos un viaje juntos, pero con la condición de que no se prolongue mas allá de una semana. A partir del octavo día, no falla, empieza a deteriorarse la situación a pasos agigantados y es mucho mejor que cada mochuelo se vuelva a su olivo. Bueno, decía que como todos los años, a la una aparece Lia para invitarme a comer. Viene arreglada como para comer en el Club Inglés, que es adonde pretende llevarme, pero como todos los años, terminamos pidiendo unas pizzas con ensalada de col y pan de ajo a domicilio y comiéndolas en la cama, que a mí no me parece buena idea salir a comer a la calle el día de Reyes. Y además, que una pizza entre tiro y tiro con Lia sabe a “nouvelle cuisine”.

A las cinco de la tarde, lío a Lia con sus ropas, le doy una patada en salva sea la parte y me voy a la piltra (que no es lo mismo que la cama), que la tarde del día de Reyes se hizo para dormir. Pues entre la borrachera del cinco y la sesión erótica y errática del seis, hay que recuperar fuerzas para el siete volver al trabajo.


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