Hace poco menos de un mes, salí del armario y os conté que he tenido un leiomiosarcoma uterino que afortunadamente ya está fuera de mi cuerpo y del cual me están tratando. Me llegaron muchos mensajes dándome muchos ánimos (gracias a todos, de verdad) y, en algunos casos, llamándome valiente. La verdad es que yo me veo más como una persona luchadora que como una persona valiente.
No sé si cabe esa palabra en algo que no se elige, que llega como un viento que lo descoloca todo, como un huésped no deseado al que hay que hacer hueco sí o sí.
No sé si cabe esa palabra cuando el cáncer hace que acabes adaptándote a él en mayor o menor medida, que termines renunciando a un poco o un mucho de lo que habías sido hasta ahora.
La lucha, que no la valentía, es sobreponerse a todo eso y ser capaz de construir día a día un nuevo yo con alegría, esperanza y optimismo. No es que uno cambie cuando se entera de que tiene cáncer. No es eso tan bonito que habréis oído tantas veces de “cambié mis prioridades, entendí lo que realmente importa en la vida”. Ojalá.
En un momento largo o corto, determinado o eterno, el cáncer entra y lo cambia todo. Y te vas dando cuenta de que, igual que con los huéspedes petardos, eres tú pero eres otra en tu propia casa.
No podré tener hijos naturales. Nunca. El cáncer ha tomado por mí una decisión fundamental que irá poco a poco transformando mi vida y me irá llevando por caminos de sobres cerrados. ¿Adoptaré? ¿Acogeré? ¿Decidiré viajar por el mundo con mi chico? ¿Llegaré a ser directora? ¿Tendré mi propia empresa? ¿Me retiraré al campo a una casita con una pequeña huerta?
Mi lucha ahora es no quedarme en el sobre ya abierto. Ni yo ni los que me rodean.
Hay días que solo veo cosas buenas en todos esos sobres cerrados. Hay otros días que no. Hay días que mi cáncer es sólo UN estado. Hay otro que mi cáncer es EL estado.
Hace poco alguien al que adoro me dijo: “No te sientas insegura porque tú sabes ser”.
Lo dicho. No me considero una persona valiente, sino una luchadora que intenta saber ser.