Revista Educación

Diagnóstico cáncer (III): los rayos

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Imagen extraída del banco gratuito de imágenes Stock.XCHNG

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Siempre estoy rodeada de buena gente. Mi chico, mi madre, mis hermanos, mis sobrinos, mis amigas y amigos, mis compañeros de trabajo. Es una suerte enorme sentir su presencia, coger su mano, oirles por teléfono, leer uno de sus mensajes. Todos los días alguien me dice: ánimo, te quiero, ya falta menos, me gusta oirte tan animada, te echamos de menos, vuelve pronto, tenemos que celebrar cuando todo esto termine.

No obstante, cada día durante más o menos cinco minutos me quedo sola y en silencio. Cinco minutos en los que una máquina y yo tenemos un mismo objetivo: decir adiós definitivamente al cáncer con rayos reales e imaginarios. Los rayos reales los sirve la máquina de radioterapia que gira, apunta y abre fuego con un ruido agudo y entrecortado, algo así como un código morse médico indescifrable.

“Bajar dos, caudal tres y medio”. Es lo último que oigo antes de que las enfermeras salgan y cierren la puerta. Tumbada e inmóvil, pendiente de los lentos movimientos de la máquina, es el momento de mis rayos imaginarios en forma de pensamientos.

Hay días que me ocupo en parir una idea para el futuro, un objetivo a cumplir, una meta que alcanzar. ¿Quién quiero ser a partir de ahora?

Hay otros que desempolvo viejos sueños olvidados que ahora me parecen menos descabellados. ¿Por qué pensaría en aquel momento que no podía?

Hay otros que ordeno mi cabeza, abro y cierro cajones, saco algunas cosas que ya no me sirven, hago sitio para otras nuevas.

No siempre ha sido así. Lo confieso. Si contra algo hay que luchar cuando te diagnostican cáncer es contra la inseguridad, la incertidumbre, el miedo. Hay que ser más fuerte que la tentación de la desesperanza.

Recuerdo los primeros días de tratamiento. Un retraso de la enfermera, un minuto más en la sala, una visita del médico tras la sesión diaria, unas placas de control y mi cabeza se disparaba. “Estoy peor, han encontrado algo más, el tratamiento va mal”…hasta que descubrí que lo mejor es agarrarse a los rayos. A los reales que me curan y, sobre todo, a los imaginarios que me reconfortan.


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