Siempre me pasa lo mismo. Tengo un buen día cibernético y me entran una ganas terribles de someterme a escarnio público. Como además me he tomado dos copitas de espumoso de más el desastre está servido. Así que sin más dilación aireemos mis trapos sucios.
Si nunca han buscado en google “síntomas de la artritis reumatoide” o “detección temprana del melanoma ocular”, por poner un ejemplo, les sonará a chino lo que les voy a contar. Pero para mí, como para el doctor House, todo es susceptible de ser un brote de lupus eritematoso con sus síntomas, sus patologías y sus malos pronósticos. Como bien me ha calado Hija no hay más que una: soy una madre hipocondriaca. De libro.
Ayer sin ir más lejos me detecté una insuficiencia cardiaca como la copa de un pino. Pues no soy yo nadie diagnosticando. Si no me conocen pensarán que estoy exagerando. Ni un ápice. Sumen ustedes una arritmia extrasistólica recuerdo de mi tercer embarazo, que me había despertado sobresaltada, como sin aire, lo que sin lugar a dudas fue una apnea del sueño, que últimamente me veo los pies muy blancos y que estoy muy cansada por las noches. Blanco y en botella: insuficiencia cardiaca. Y de ahí a una espiral desenfrenada de miedo y desesperación a partes iguales hasta que por fin mi amiga, no la de Albacete, la de Madrid, otra hipocondriaca confesa, consiguió sacarme de mi barrena con un argumento irrefutable: Te juro que no te va a dar una muerte súbita esta noche. ¿Prometido? Prometido.
La hipocondría es muy mala compañera de viaje. No sólo te impulsa a seguir compulsivamente todas las historias de enfermedades raras, preferiblemente las infantiles, que pasan por Facebook sino que las haces tuyas. Las vives. Y así llevo desde hace dos semanas en vilo siguiendo al minuto el transplante de corazón de Tim, un niño americano con transposición corregida de las grandes arterias. Además una buena amiga tiene un niño precioso con una cardiopatía similar y supongo que nunca estará de más el que yo me sepa de memoria los currículums de los mejores cirujanos cardiotorácicos del mundo.
Yo intento que mi hipocondría no trascienda ni a mis hijas, ni a El Marido ni al resto de desaprensivos que me rodean. No es fácil. La semana pasada me llamó mi amiga, la de Albacete, para contarme lo contenta que estaba con su Thermomix nueva. Mientras me narraba presa del entusiasmo las marmitakos, el atún en papillote y los huevos rellenos tan fantásticos que había hecho yo sólo podía pensar: Pero alma de cántaro ¿tú no has oído hablar del mercurio? ¡Estás intoxicando a mi ahijado insensata!
Otro efecto colateral es que me he vuelto más bio que la biocuñada. Nunca tuve término medio. Un día me parecía todo un timo para sacarnos la pasta y al siguiente me encontré mirando unos tomates no ecológicos con suspicacia, como si fueran minas antipersona. Es lo que tiene ser una follower, que te mimetizas con el entorno de alemanas perroflaúticas y si además eres de naturaleza compulsiva acabas como yo, comprándote un gausómetro.
¿Qué no saben lo que es un gausómetro? Acabáramos. Es un aparato para medir radiaciones electromagnéticas con el que de vez en cuando hago un barrido del hogar para comprobar que no nos estamos friendo las neuronas con tanto wifi y tanto móvil. Como ven Michael Jackson con su cámara hiperbárica y yo primos hermanos. Pero no me lo tengan en cuenta, es sólo que me da mucho miedo morirme, que tengo cuatro niñas como cuatro soles y quiero vivir para calzarme los pamelones correspondientes en sus respectivas bodas, malcriar a mis nietos y hacerme vieja con El Marido y mi dentadura postiza.
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