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Dialéctica hegelianaUna de las mayores aportaciones de Georg Wilhelm Friedrich Hegel a la historia de la filosofía occidental fue su concepto de dialéctica. En el siguiente texto, Emile Bréhier explica el continuo autodesarrollo de la realidad en tesis, antítesis y síntesis, en torno al cual el filósofo alemán fundamentó su pensamiento.
Fragmento de Historia de la filosofía.De Emile Bréhier.
Volumen II: sexta parte, capítulo IX, 3.El pensamiento hegeliano vive habitualmente en esa atmósfera nebulosa, tan frecuente en aquella época, en que la religión y el auténtico saber se identifican; la religión no es ya fe absoluta, exterior a un saber humano progresivo, y relativo, sino que intercambia sus características con el saber, ofreciéndole su absoluto a cambio de la racionalidad de aquél. Esa filosofía reproduce, con dieciséis siglos de distancia, aquellas revelaciones agnósticas en las que el elegido se vanagloriaba de captar, en su encadenamiento racional y necesario, toda la serie de la vida divina, de la que la naturaleza y la vida humana, son meros aspectos. El ser cerrado del universo no tiene en sí fuerza alguna con que oponerse al ardor del conocimiento; debe abrirse ante él y ofrecer a sus miradas su riqueza y su profundidad; la filosofía es la conciencia de su propia esencia, «luz sagrada» cuyo recuerdo y sentimiento han perdido las demás naciones y que Alemania tiene la misión de conservar. Hegel opone esta filosofía, que busca la verdad, a la insipidez de la Aufklärung y a las renuncias de la Crítica.La filosofía capta las cosas, la naturaleza y la historia en su «verdad», es decir, como medios de realización de un espíritu que, por ellas y en ellas, toma conciencia de sí. El anuncio del advenimiento del espíritu, la convicción de que ese advenimiento proporciona una explicación exhaustiva de todo lo real, es lo que sitúa decididamente a Hegel entre esos anunciadores del espíritu que transforman los dogmas oscuros del cristianismo en pensamiento traslúcido: «Lo que antes había sido revelado como misterio y que sigue siendo un misterio para el pensamiento formal en las formas más puras, y más aún en las formas oscuras de la revelación, es revelado ahora por el pensamiento mismo que, en el derecho absoluto de su libertad, afirma su voluntad decidida de no reconciliarse con el contenido de lo real más que si sabe darse la forma más digna de él: la del concepto de la necesidad que vincula a todas las cosas y que, así, las libera. Su objetivo es «la traducción de lo real en la forma del pensamiento», objetivo que recuerda la invención de los lenguajes místicos, que volvían por aquel entonces a ponerse de moda. Paralelamente a la «traducción» hegeliana, aparecían intentos como el de J. A. Kannes que, en 1818, y de forma parecida a Saint-Martin, veía en la lengua hebrea, como Plotino había visto en su tiempo en los jeroglíficos, «la lengua del espíritu, ya que una sola palabra expresa varias cosas que, desde fuera, parecen separadas, pero que están unidas en íntimo parentesco».La filosofía de Hegel es una vasta alquimia: se trata de transformar en pensamientos los datos de los sentidos y las representaciones, de introducir universalidad y necesidad allí donde se nos da individualidad y yuxtaposición. Para entender bien este sistema hay que habituarse a la idea de que una misma realidad puede estar situada en diversos niveles, como el mundo sensible era imagen del mundo inteligible, en el platonismo, o como cambiaba el aspecto del mundo según el punto de vista de las mónadas en Leibniz. «Mediante la reflexión (Nachdenken) se realiza un cambio en la manera en que estaba el contenido en la sensación, la intuición y la representación y sólo mediante ese cambio llega a la conciencia la verdadera naturaleza del objeto... El error consiste en querer conocer la naturaleza del pensamiento bajo la forma que adopta en el entendimiento. Pensar el mundo empírico es exacta y esencialmente transmutar (umändern) su forma empírica, convirtiéndola en un universal».La tríada hegeliana es el movimiento de una realidad que, planteada primero en sí (an sich) (tesis), se desarrolla después fuera de sí o por sí en su manifestación o verbo (antítesis), para volver enseguida a sí (in sich) y permanecer consigo (bei sich) como ser desarrollado y manifiesto. El conjunto de la filosofía es la exposición de una vasta tríada: ser, naturaleza, espíritu; el ser designa el conjunto de caracteres lógicos y pensables que tiene en sí toda realidad; la naturaleza es la manifestación de lo real en los seres físicos y orgánicos; el espíritu es la interiorización de esa realidad. Pero en cada uno de los términos de esa tríada se reproduce el ritmo triádico; dentro del dominio del ser hay un ser en sí, un ser por sí, o manifestación del ser, que es la esencia (Wesen), y un ser vuelto sobre sí, que es el concepto (Begriff); en la naturaleza hay una naturaleza en sí, que es el conjunto de las leyes mecánicas, una naturaleza por sí o manifiesta, que es el conjunto de las fuerzas fisicoquímicas y, por último, una naturaleza en y por sí, que es el organismo viviente; en el espíritu hay un espíritu en sí o espíritu subjetivo, sede de los fenómenos psicológicos elementales, un espíritu por sí o espíritu objetivo, que se manifiesta en el derecho, las costumbres y la moralidad, y un espíritu por sí o espíritu absoluto, sede del arte, de la religión y de la filosofía. A su vez, cada término de las tríadas subordinadas se desarrolla siguiendo también un ritmo triádico: el ser en sí es en sí cualidad; por sí, cantidad; en y por sí, medida. El ser por sí o esencia es en sí esencia; por sí, fenómeno; en y por sí, realidad. El ser en y por sí o concepto es en sí concepto subjetivo; por si, objeto; en y por sí, idea. Análogamente: la naturaleza en sí es en sí espacio y tiempo; por sí, materia y movimiento; en y por sí, mecanismo. La naturaleza por sí o física es en sí materia universal; por sí, cuerpos aislados; en y por sí, proceso químico. La naturaleza en y por sí u organismo es en sí reino geológico; por sí, reino vegetal; en y por sí, reino animal. El espíritu en sí o espíritu subjetivo es en sí alma; por sí, conciencia; en y por sí, espíritu. El espíritu por sí o espíritu objetivo en sí derecho; por sí, costumbres; en y por sí, moralidad. Por último, el espíritu absoluto es en sí el arte; por sí, la religión revelada; en y por sí, la filosofía. Es fácil concebir que cada uno de los veintisiete términos de las nueve tríadas se desarrolla a su vez en otras tantas nuevas tríadas, sin que se vea con claridad la razón que pudiese detener en estos últimos términos la descomposición triádica; tomando uno tras otro estos últimos términos, tenemos, desde el ser abstracto hasta el pensamiento filosófico, una serie de términos que representan todas las formas posibles de lo real, desde las formas lógicas del pensamiento hasta las formas más elevadas de la vida espiritual, pasando por la naturaleza inorgánica y viva; en ellos reconocemos la cadena o serie de formas, cuya concepción había dominado, a partir de Leibniz, la filosofía del siglo XVIII.Aunque este cuadro de conjunto da una idea bastante clara del aspecto triádico exterior de la filosofía de Hegel, no responde, en cambio, a su manera de exponerlo. Su objetivo y su pretensión consistían en mostrar cómo la cadena o serie es engendrada progresivamente por el ritmo triádico: cada término de la cadena no es como un término inerte, producto de una clasificación lógica; cada término en sí es un planteamiento del espíritu o, como decía Hegel, una definición de lo absoluto, con el deseo de permanecer consigo (bei sich) y vencer así la negación y la exterioridad. En cada uno hay, pues, una potencia dialéctica que lo impulsa a negarse a sí mismo en un segundo término, para reencontrarse en un tercero, después de esa negación; este tercer término es el punto de partida de una segunda tríada, y el movimiento continúa así hasta la realidad que contiene en sí todas las negaciones. Es como una serie de pulsaciones, cada una de las cuales es, por su forma, idéntica a la precedente, y cuya acumulación misma engendra, sin embargo, realidades nuevas.El método hegeliano, sin embargo, no presenta esa nitidez más que de modo ideal y con frecuencia resulta imposible descubrir en claridad el ritmo triádico, sobre todo en lógica.Fuente: Bréhier, Emile. Historia de la filosofía (2 vols.). Traducción de Juan Antonio Pérez Millán y Mª Dolores Morán. Madrid: Editorial Tecnos, 1988.
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