Revista Comunicación

dialogando con la historia

Publicado el 14 febrero 2013 por Libretachatarra
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LINCOLN
data: www.imdb.com/title/tt0443272
“Lincoln” es una clara película de Spielberg. Es una gran película. Una película que merece llevarse el Oscar (aunque seguramente no lo ganará). Y es una película de autor, con el claro sello de Spielberg en el orillo. “Lincoln” no es la vida de Abraham Lincoln. Es la descripción de un momento de la carrera política de Lincoln, en el final de la Guerra Civil, cuando ha sido reelegido y aún no ha asumido su nuevo mandato. En ese lapso, en el que muchos demócratas perderán su cargo, Lincoln aprieta las clavijas para imponer la Enmienda Constitucional que declara abolida la esclavitud. La guerra está por ser ganada. Es cuestión de tiempo. Pero puede ser un triunfo a lo Pirro: ganar la guerra pero continuar con la esclavitud. En esa disyuntiva, Lincoln va contra todos los molinos de vientos, echando mano a cualquier recurso (y cuando decimos cualquiera, es cualquiera, hasta la compra de votos) para lograr esa enmienda histórica.
Sabemos que la enmienda fue aprobada. Pero el oficio artesanal de Spielberg y su guionista Tony Kushner (el autor de “Munich” o “Ángeles en América”) logran mantener el suspenso. No importa tanto lo que se va a lograr, sino cómo. En eso, nos recuerda a “Apolo 13”. Sabíamos que los astronautas retornarían a la Tierra. Pero la tensión por saber cómo se resolvería el conflicto, mantenía la tensión del espectador. Es para recalcar esta capacidad para contar una historia. No es tan sencillo como parece. Y es sumamente efectivo.
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Si el tema da para hacer un buen filme, “Lincoln” sube otro escalón porque Spielberg se permite dialogar con la historia. “Lincoln” hubiera tenido otro significado para los espectadores si el Presidente de los Estados Unidos de América no fuera Barack Obama. Y no sólo por ser el primer afroamericano en acceder a la Presidencia. Si no porque no necesitó flamear la bandera del color de su piel para ser elegido. “¡Vean lo que está ante ustedes! ¡Vean el aquí y ahora! ¡Eso es lo más difícil, lo único que cuenta! Abolir la esclavitud con una garantía constitucional define el destino, para siempre, no sólo para los millones que hoy están encadenados sino que también para los millones que nacerán en el futuro” arenga Lincoln a su gabinete para lograr los dos votos decisivos para imponer la enmienda. Escuchar ese Parlamento y no pensar en Barack Obama es imposible. Lo que decidieron esos parlamentarios, con todas las vilezas, las dudas, los prejuicios y los actos de corrupción, permitió este momento. Ésa fue la cadena de eventos para llegar a este presente. Ése fue el puntapié aunque tuvieran (como lo admite Lincoln) dudas sobre el futuro. “Negros y el voto. Es un acertijo” plantea el presidente; “¿Quiénes entre los aquí presentes piensan darle el voto a los negros? ¿Qué seguirá después de eso? ¿Emancipación universal? ¿Voto para las mujeres?” interroga indignado un diputado.
Ese eco del pasado en el presente, engrandece la película. Es un muy buen discurso estilístico. Pero, además, una herramienta política. Hoy nos parece absolutamente claro el grado de prejuicio de esos dirigentes, el racismo que imperaba en la sociedad. Pero el paso siguiente es preguntarse qué grupos hoy discriminados claman por derechos que estamos ignorando. ¿Cuáles son los negros de este tiempo? ¿Tendremos el coraje de revertir la situación como lo hicieron los políticos de los tiempos de Lincoln?
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“Lincoln” es un canto a la democracia, un monumento a todos los grises que tiene la democracia. Aún así, corrupta, lenta, infame, logra lo que no han logrado los otros sistemas políticos ensayados en la historia. Sus taras son, paradójicamente, sus ventajas. Es la creencia de la evolución en la sociedad y de que los cambios pueden lograrse en conjunto, cuando los hombres indicados asumen las responsabilidades debidas para liderar a sus representados. Las monarquías absolutas, los totalitarismos desde el nazismo al stalinismo, fracasaron en postularse como alternativas al sistema democrático de gobierno. Desembocaron en terribles dictaduras que violaron los derechos humanos. Con todas sus falencias, la revolución americana y su sistema creado ad hoc sigue funcionando, por más sombras que se eleven sobre el horizonte. Hay una fuerza oculta en su naturaleza que suele ser dejada de lado con demasiada facilidad por sus críticos.
Abraham Lincoln tuerce las reglas para lograr su objetivo. ¿Es completamente democrático? No. Es ético. Posiblemente no. Pero su objetivo es superior a los medios que ha utilizado para forzar a su país a entrar a la historia. Ésa es la capacidad de los líderes, de los auténticos estadistas: interpretar el pulso de la historia y llevar a sus dirigidos a un nuevo nivel, a otra etapa en el camino de la Historia. Los hay, claro, que se parecen a Lincoln sólo en torcer las reglas, aunque sus objetivos (pequeño detalle) son claramente bastardos. Afortunadamente la historia se encargará (ya que muchas veces no lo hace la política) para justipreciar sus merecimientos.
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Spielberg dialoga con el pasado pero le guiña un ojo al presente. Para saber que los grandes cambios no se logran sin afrontar antes no menores grandes batallas. Y para anotar que los tiempos presentes no son tan infames ni los pasados tan gloriosos. Ese sentido común del sistema democrático es lo que puede exasperar los ánimos de los idealistas, su aparente morosidad. El papel de Thaddeus Stevens (un impecable Tommy Lee Jones, con castor en la cabeza) es el ejemplo del idealismo inconforme. Hay una aguda observación de cómo esos trenes sin control pueden ser usados para impedir, paradójicamente, los cambios que quieren conseguir. El diálogo entre Lincoln y Stevens para poner en caja a este último, para que no torpedee la enmienda con su actitud, es sencillamente soberbio. Stevens es un tirabombas, un tipo que pretende arrasar con la sociedad y empezar de nuevo. Su ideal no será el futuro de los Estados Unidos; pero su acción, su ir a menos, puede modificar la sociedad en la dirección que él desea. Su declaración en la Cámara de Representantes es uno de los buenos momentos del filme. Tanto como cuando descubrimos cuáles son sus motivos personales para lograr el éxito de la Enmienda.
(Una reflexión sobre nuestra crítica actual a la crisis de la democracia y de los sistemas de gobierno representativos. No nos damos cuenta que la crisis es la característica de esos sistemas. Esa cualidad es la que los mantiene vivos porque se ven obligados a mutar para dar respuestas a demandas renovadas. O cambian o mueren. Y por esos sobreviven.)
“Lincoln” tiene un brillante guión y un gran elenco (anotemos a Sally Field, la esposa de Lincoln, que nos da la otra dimensión del drama humano personal del presidente, con una esposa alterada mentalmente por la muerte de un hijo, al borde de ser encerrada en un manicomio, amenaza que vuela sobre el alma del mandatario mientras el país se desangra en la guerra civil). Pero todo queda empequeñecido por otro brillante trabajo de Daniel Day-Lewis. Day-Lewis (como Joaquin Phoenix, otro buen ejemplo del Hollywood actual) es de esos actores que mutan con cada papel, que nos transmite con suma naturalidad el peso específico de sus interpretados. Cada rol es un nuevo trabajo, una delicada faena de artesano. Comparen a este Lincoln de carnadura humana y rememoren a Bill el Carnicero de “Pandillas de Nueva York” o el perverso Daniel Plainview de “Petróleo sangriento”. Vale tomarse un tiempo para comparar esos roles; el mismo actor está debajo de cada una de esas máscaras.
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Sólo objetamos de “Lincoln” el desenlace elegido por Spielberg con un discurso llamando a la buena voluntad de los Estados Unidos con las otras naciones libres del planeta (desmentido por la historia, por otra parte). Argumentalmente, “Lincoln” termina cuando vemos salir al presidente rumbo al teatro, donde encontrará la muerte. Es más, hasta el personaje pronuncia la frase justa para cerrar el filme: “Supongo que es hora de partir. Aunque preferiría quedarme”. Lo que sigue, parece más final elegido por un focus group que por el guionista.
Salvo ese detalle, “Lincoln” es el mejor filme de esta tanda de películas nominadas al Oscar. Muy superior a un correcto pero inocuo “Argo”, “Lincoln” nos deja pensado y nos permite discutir sobre los usos de la política. No es poco en épocas de iluminados autócratas.
Mañana, las mejores frases.

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