El lehendakari López anunció la semana pasada en el Parlamento vasco su disposición a iniciar un proceso de diálogo discreto en relación con el anuncio hecho público por ETA de cesar en sus actividades y su disposción a negociar con los promotores de la Declaración de Bruselas un alto el fuego permanente y verificable. El movimiento del lehendakari llega forzado, sin duda alguna, por las circunstancias y no responde, a mi juicio, a una convicción profunda, ni tan siquera a una voluntad sincera de liderar un proceso de diálogo entre todas las formaciones políticas, sin excepción. Comparto las palabras del Coordinador general de Ezker Batua-Berdeak, MIkel Arana, cuando insta a Patxi López a convocar a esa ronda, aún sin calendario ni concreción, a la izquierda abertzale.
Parece razonable que así sea y la sociedad vasca no sólo lo entendería sino que lo respaldaría. El lehendakari tiene razones fundadas para ser cauto, evaluar cada paso con prudencia y no arriesgar más de lo necesario, pero de ahí a quedarse de brazos cruzados, dejando pasar esta oportunidad como si le fuera ajena, hay un abismo. Tengo la convicción plena de que el anterior Gobierno vasco no hubiera eludido su responsabilidad en un contexto favorable a un proceso de paz en Euskadi, y hubiera sabido gestionar esta etapa desde el diálogo plural con todas las sensibilidades políticas y sociales, ejerciendo el liderazgo que se le presupone. Hablar, en democracia, es una virtud y no un delito. Es posible que no conduzca a nada, pero aún así es necesario en todas las facetas de la vida y más en el ámbito político, en el que el diálogo es el instrumento para alcanzar acuerdos y pactar soluciones, e incluso discrepancias.
Entiendo que un diálogo de esta naturaleza debe ser reservado para que pueda ser sincero y fructífero, aunque ello no signifique que tenga que ser secreto. La ciudadanía vasca es madura y responsable; demanda movimientos, información y transparencia, pero no exige que cada paso sea publicitado en los medios de comunicación. Nos basta con saber que hay un proceso de diálogo en marcha, que las fuerzas políticas y sociales tienen disposición plena a construir consensos y que cuando llegue el momento nuestra voz será escuchada y tomada en consideración. Más difícil resulta aceptar el inmovilismo, el mirar hacia otro lado o poner condiciones y/o límites insalvables al diálogo, con el único fin de imposibilitarlo o negarlo. El lehendakari tiene que mover ficha y un bueno modo de hacerlo sería fijar un calendario, establecer un método de trabajo y buscar la complicidad de todas las sensibilidades para pactar un mínimo común denominador que haga factible la consecución de la paz.