Revista Opinión

Diálogos

Publicado el 13 septiembre 2012 por Rodrigofino @finorodrigo
Tal vez de tanto viajar, además de estar cansado, he aprendido a hablar con desconocidos. En aeropuertos, aviones, hoteles, taxis o incluso en la fugacidad de un viaje en ascensor. Esos desconocidos tiene un misterio sacerdotal. De repente en esas conversaciones que duran lo que tienen que durar, es decir segundos en la historia, y ante esos interlocutores efímeros que casi siempre jamás volveremos a ver, uno e intuyo que el otro, confiesa o expresa ideas que a los más próximos de nuestro cotidiano vivir, no se las contaríamos con la misma facilidad. Sospecho que en ese intercambio de anonimato a cara limpia hay cierta impunidad que protege a ambos lado de la conversación. Lo efímero de la tertulia es un combustible fantástico para que las grandes y medias verdades y mentiras se entreveren en una inverosímil inutilidad dialéctica. Cualquier parecido con la realidad mediático político en aquello de -las grandes y medias verdades y mentiras-, es, por favor no se confunda, puro invento de su mal pensado cerebelo. Y uno, en esos periplos a veces interminables, se cruza con gente que de repente dice cosas insospechadas. Pienso que son fantasmas que aparecen. Espectros vivientes. Una especie de holograma.
Recuerdo a un hombre alto y delgado que me contó que combatió en Vietnam mientras tomaba un café en un bar de Panamá y me hace un cuento tan largo como inverosímil sobre los inicios de las guerras. Mi memoria es un poco borrosa en algunos casos pero me acuerdo de haber estado ante una pantalla de televisión viendo un partido del Barcelona y Real Madrid en una ciudad de la que se me borraron señas precisas y en la que alguien intenta iniciar una conversación afirmando que tiene un primo de una amigo que es asesor del presidente del país y por eso puede afirmar cosas terribles sobre hechos de notoriedad pública. La realdad tiene mucho de ficción y en ese enrredo a veces alguna verdad se cuela y se parece a algunas escenificaciones fílmicas aeroportuarias. Un día, por ejemplo, una mujer, de supuesto origen italiano, me confesó que hacía tres semanas que vivía en el aeropuerto de Sao Paulo por que no recordaba donde era la ciudad a donde debía regresar. Díalogos que se menean entre una posible verdad y una tal vez mentira mentira. Diálogos congelados en un espacio efímero y eterno.
Y esos diálogos con espectros de carne y hueso aparecidos desde una bruma fantasmal tienen la aspereza que la soledad de algunas almas deja gotear por las calles. Una chica muy alta y de la que apenas adivinaba su cara que se recortaba contra la luz que estallaba en un poste de alumbrado público de Bogotá, se me acercó a pedirme un cigarrillo. Al decirle que no fumaba me dijo que ella tampoco y que en realidad lo único que quería era hablar con alguien por que algo terrible había pasado. Nunca supe que fue lo que pasó después de dos horas de una charla a la deriva. Tampoco supe su nombre. Apareció, hablamos y se fue. Todo en un mismo movimiento.
Muchas veces se presentan diálogos que son imposibles. Algunos idiomas en realidad son muros de concreto impenetrables. El ruso tiene además efectos colaterales en algunas circunstancias. Unas Sras, presumo que rusas, poco elegentes y con una gran vocación de tompadora, se quedaron baradas en el aeropuerto de Charles De Gaulle en aquellos días en que todo estaba parado y tapado por las cenizas del volcán islandés de nombre empachado de consonantes. Mientras caminaban, sin freno de mano que pudiera detenerlas a ellas y sus carritos de equipaje, se llevaban todo a su paso. El huracán ruso avanzaba al grito hooligan de Moscow, Moscow, Moscow mientras no dejaban muñeco alguno en pie.
Dejando de lado este pequeño encuentro cercano con estas dos representantes de la rama femenina de una repentina y tal vez involuntaria barra brava rusa perdida en Paris, a veces sospecho que debo tener algo que atrae a algunas personas y que las invita a hablar conmigo, así de repente y sin mediar más que una invisible familiaridad indecifrable. Una invitación al diálogo efímero y que me hace pensar que sería hermoso ser invisible o que en realdiad no estoy cayendo en la cuenta de que soy yo el fantasma que se les aparece, así de repente.

Volver a la Portada de Logo Paperblog