Vuelvo a Hans Magnus Enzensberger, con su libro Diálogos entre inmortales, muertos y vivos, en la traducción de Adan Kovacsics (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2001), y me ha gustado. El primer diálogo (que lleva por título "El muerto y el filósofo") tiene humor, filosofía y circularidad en un texto deliciosamente fino y bien escrito: el filósofo Chuang Tse, en el desierto, encuentra un cráneo; pide a su dios que resucite al propietario; éste, sin creerse la patraña de que ha sido resucitado, roba al filósofo; Chuang Tse, desesperado, pide a su dios la muerte; el ladrón vuelve al lugar y se encuentra una calavera; etc. El segundo diálogo ("Diderot y el huevo oscuro") muestra a un periodista volviendo al pasado para entrevistar al famoso enciclopedista y se lleva la decepción de encontrarse con un duro escéptico que opina que la Humanidad es una cadena de parásitos: todos vampirizamos y explotamos a alguien, queramos o no. Y en el tercer diálogo, que está dividido en dos partes ("Alexander Herzen. Sobre el ensombrecimiento de la historia"), ya he encontrado menos atractivos, quizá porque muchas de las referencias históricas citadas me resultan desconocidas. Hay, sí, el hálito del fracaso de las revoluciones, pero no se puede decir que desde el punto de vista literario me haya seducido al modo de los anteriores. Un libro que me anima a seguir con este alemán.
"El sufrir siempre surte buen efecto, pues presupone una sensibilidad superior". "Nadie tiene el derecho de hacerse pasar por más tonto de lo que es". "Lo que más me gustaría sería emigrar al pasado". "Quien acusa y condena a los pueblos siempre está equivocado. [...] No se puede considerar culpable a una fuerza elemental".