Quo Vadis (1951)
Director: Mervyn LeRoy.
Guión: John Lee Mahin, S.N. Behrman, Sonya Levien (de la novela de Henryk Sienkiewicz).
Elenco: Robert Taylor, Deborah Kerr, Leo Genn, Peter Ustinov, Patricia Laffan, Finlay Currie, Abraham Sofaer, Marina Berti, Buddy Baer.
Premios Oscar: Nominaciones por Mejor Película (Sam Zimbalist), Mejor Actor Secundario (Peter Ustinov), Mejor Actor Secundario (Leo Genn), Mejor Dirección de Arte en Color, Mejor Fotografía en Color, Mejor Diseño de Vestuario en Color, Mejor Edición y Mejor Música de una Película de Drama o Comedia (Miklós Rózsa).
El general Marco Vinicio regresa a Roma después de tres años de campaña. A su vuelta conoce a Lygia, hija adoptiva de un general retirado, de la que se enamora. Pero ella es cristiana y no quiere tener nada que ver con un guerrero. Al enterarse de que sigue siendo esclava de Roma, Marco Vinicio acude a Nerón para pedirle que sea suya en compensación a sus éxitos en la guerra. El emperador accede a su petición y la joven pasa a sus manos. La actitud de Marco produce rechazo en Lygia, pero en su interior se sentirá atraída hacia él… Mientras tanto, se muestra cómo Nerón ordena incendiar la ciudad de Roma a fin de recibir la inspiración para componer sus versos y canciones con mayor "realismo y creatividad".
Exitosa cuarta adaptación de la novela del polaco Henryk Sienkiewicz, que sitúa la acción en Roma en el año 64 de nuestra era, donde los primeros cristianos son perseguidos por el caprichoso emperador Nerón. Al igual que otras películas de la época Quo Vadis intentó, con el formato CinemaScope, sobreponerse a la emergente televisión ofreciendo al público una espectacular superproducción, con grandes estrellas de Hollywood en la que sobresale poderosamente la interpretación de Peter Ustinov, que da vida a Nerón, quedando en el recuerdo del espectador como uno de los mejores y más legendarios personajes secundarios de la historia del cine.
Según la tradición cristiana, cuando el apóstol Pedro dejaba Roma huyendo de la persecución de Nerón, tuvo una visión de Cristo a quien le preguntó: “Quo vadis Domine?” (¿A dónde vas Señor?). Jesús le contestó: “A Roma, la ciudad que tú abandonas, para hacerme crucificar de nuevo”. El título del film procede de la pregunta de Pedro, que regresó a Roma donde, conforme a algunas fuentes históricas, fue crucificado cabeza abajo. También aparece en la película Pablo de Tarso, que era ciudadano romano pese a ser hijo de judíos. Persiguió a los cristianos hasta que en el año 36, cuando se dirigía a Damasco, Dios frenó su camino repentinamente y se acabó convirtiendo en uno de sus discípulos más importantes. Murió decapitado, también durante el mandato de Nerón.
La secuencia que hemos elegido en el marco de las celebraciones de Semana Santa, se sitúa al momento en que para corroborar sus sospechas acerca de la religión que profesa Lygia (Deborah Kerr), Marco Vinicio (Robert Taylor) es acompañado por el luchador Crotón (Arthur Walge) y el adivino griego Chylón (John Ruddock) a las catacumbas donde se reúne en secreto la incipiente comunidad cristiana para compartir oraciones y alabanzas. Pablo (Abraham Sofaer) habla con palabras de fraternidad a los presentes, a la vez que narra acerca de quienes le antecedieron, entre ellos Simón, llamado Pedro (Finlay Currie), a quien presenta a continuación para que escuchen su reconfortante mensaje. Pedro hace referencias acerca de los prodigios y milagros realizados por Su Señor, exhortando con palabras de estímulo a toda la congregación allí reunida, exponiendo las bienaventuranzas, años atrás expresadas por Jesús de Nazareth, en el célebre e iluminador “sermón de la montaña”. El discurso se ha tomado de la versión doblada al español, por considerarla más cercana al corazón de los pueblos latinos y por aquel timbre de voz que narra y reconforta a quienes lo escuchamos.
Pedro: Aunque yo no lo merezco, Jesús me dijo: “Pedro, tú eres piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Él ha guiado mis pies a Roma para que entre todos podamos empezar a edificar aquí su Iglesia. Doy gracias por la fe que tenéis en él a quién nunca habéis visto, pero cuya voz habéis oído y contestado en vuestros corazones. Yo oí su voz en las orillas del mar de Galilea. Mis hermanos y yo éramos pescadores. Toda la noche habíamos estado intentando pescar sin conseguir nada. Teníamos frío y nos hallábamos muy cansados. Cuando nuestra barca tocaba la orilla, oí que alguien me llamaba por mi nombre. Miré a la playa y vi un hombre ante mí. A su vista, el frío y el cansancio desaparecieron y mi corazón se sintió aliviado. Contesté: “¿Qué quieres amigo?” Entonces él solicitó venir a nuestra barca para poder hablar mejor desde ella a la gente que se apiñaba en torno suyo en la orilla. Le rogamos que subiera y habló a la multitud de la proximidad del reino de los cielos. De repente, mi corazón saltó en mi pecho y me di cuenta de que él era el Cristo que había de venir. Cuando terminó me dijo: “Hazte de nuevo a la mar y echa tus redes”. Y en un momento las redes quedaron llenas como por milagro, y al advertir mi asombro dijo: “No tengas miedo. En adelante… serás pescador de hombres”. Me dijo que le siguiera, y así lo hice. Y conmigo mis hermanos Juan y Santiago. Le seguimos a lo largo y a lo ancho del país. Otros hombres se nos unieron hasta ser doce, además de él.
Pedro: Dio de comer al hambriento y de beber al sediento. Y al afligido, al enfermo, al fatigado, dio paz y esperanza. ¿Quién si no el hijo de Dios pudo traer tales dones al hombre? ¿Quién si no el hijo de Dios podía ordenar a la tormenta que se calmase? ¿Quién si no él podía resucitar a Lázaro de Betania de entre los muertos y llevar la paz al corazón de María Magdalena? Y sin embargo, yo llegué a negar a este hombre. Él mismo dijo que lo haría en la noche de nuestra última cena. “Señor -le dije-, estoy dispuesto a seguirte en la prisión y en la muerte”. Pero él respondió: “Pedro, esta noche antes de que cante el gallo, ya me habrás negado tres veces”. Y así fue. Tres veces delante de la casa de sus jueces, cuando fui acusado de acompañarle dije: “No conozco a este hombre”. Maldiciendo la debilidad de mi cuerpo ante la faz de la muerte. Entonces lo azotaron y lo cargaron con una cruz. Y en un monte llamado Calvario lo crucificaron llevando ceñida a las sienes una corona de espinas. Pero aún en medio de sus sufrimientos Jesús decía: “Padre, perdónalos porque no saben lo que se hacen.” Solo el hijo de Dios podía perdonarles, como me perdonó a mí por haberle negado.
Pedro: Pero el que resucitaba a los muertos no podía ser vencido por la muerte. El aposento en que luego nos reunimos silenciosos y apegados, se llenó súbitamente de un vivo resplandor y el Señor se nos apareció erguido ante nosotros. Vimos sus manos que habían traspasado los clavos, y la herida de su costado, y por ello supimos que él era el Señor. Y oímos que su voz decía: “Que la paz sea con vosotros”. Y nos mandó que predicásemos a todos los hombres su santa palabra: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios…
Pedro: Pero por encima de todas las cosas Jesús nos pidió que obedeciésemos los diez mandamientos que Dios le entregó al profeta Moisés. Obedeced a los que os gobiernan, y las leyes por las cuales os gobiernan. Y aunque bajo ellas sufráis crueldades y contempléis maldades que vuestras mentes jamáis pudieran imaginar, no amenacéis responder con la violencia… Y añadiré con las propias palabras de Jesús: Si alguien te golpeara en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda. Ama a tu prójimo como a ti mismo. No hagas nunca a los demás aquello que no quisieras que te hiciesen a ti. Ama a tus enemigos. Bendice al que te maldiga. Haz el bien a aquellos que te odian, y ruega por los que despiadadamente te maltratan y te persiguen. Oh, creed en él. Soportad todas las desdichas en su nombre para que podáis gozar de la divina gracia, ahora y siempre por los siglos de los siglos… Amen.