Una niña sentada en una silla de hospital lee un cómic underground al lado de su madre, que está siendo aconsejada a denunciar a su marido por maltrato ante la enfadada respuesta de la víctima. “¿Qué pasa, es que va a ver a todas las mujeres que se caen por las escaleras?” “Sólo a las que se caen tres veces al mes. Por si quisiera hablar de lo que fuese aquí le dejo mi tarjeta. Me llamo Paz". Y así es como empieza un viaje hacia la violencia y el dolor. Un viaje al sótano del ser humano en clave friki.
Tres anillos, a modo de Saló o los 120 Días de Sodoma son los que pasaremos de la mano de Carlos Vermut, reconocido escritor de tebeos que ahora se embarca en una aventura en el cine que tiene huellas de esa profesión y también mucho del sentir artístico en general. Es una película fundamental, una mezcla de géneros: tiene giallo, tiene drama social manchego, underground, indie, tiene coral enrevesada pero, sobre todo, y en contra posición con lo que hemos visto hasta ahora tiene que es una película hecha cómic alternativo.
Porque mientras Ghost World, American Splendor o Una Historia de Violencia son cómics hechos película, adaptados a su formato y a sus normas en este caso es al revés, porque la imagen audiovisual en movimiento se queda en una imagen visual mental. La película empieza con una niña leyendo un cómic que perfectamente podría ser un Agujero Negro (o alguna aspereza desasosegante de las páginas sin diálogos de Daniel Clowes o Chris Ware), la madre fuera de plano avanza en su relato, y tan rápido como un lector habitual de cómic tardaría en pasar de página, eso hace justo la niña en aquel momento. La niña lee sobre ciborgs, y la madre habla escondiendo su condición de maltratada. Ya se nos advierte con esto, que lo que lo que importa es la ficción, la realidad y por encima de todo el formato.
El gran protagonista, de todas formas, será el dolor. Raúl Minchinela, en la única (corrígame alguien si me equivoco) escena en movimiento del film suena como voz en off como fingido locutor de programa de radio, y hace una oda a ese tema, el dolor y el sufrimiento. Sufren ellas, sufren porque quieren y hasta que duele y se olvidan de esa búsqueda, pues ahora sólo queda el camino del padecimiento físico. Quedarán así liberadas de las expectativas que en torno a ellas se crean. Y no obstante, con ese final tan “doloroso” para el espectador medio (duele por inesperado, por lo tabú), siendo como es algo inevitable para la protagonista, y algo que la salva del verdadero sufrimiento, duele más que el propio acto violento del que se libra. Golpea a la protagonista y a nosotros su condición de ser social.
Banda sonora de 8-Bits, camisetas de Nintendo o AC/DC, merchandising horrible, citas de badoo que salen mal, superhéroes de barrio, brujas que beben cóctel voo-doo, una tarotista que una una baraja de cromos de dinosaurios, Miguel Noguera autoparodiándose, madres que recomiendan leer la SuperPop antes que un tebeo y organizaciones secretas regentadas por la abuela son algunas de las cosas que salen en esta película que sin embargo es minimalista. Dirigida, guionizada y producida por Carlos Vermut es un ejemplo de ahorro y síntesis para dejar que la acción ocurra sin mayor conflicto, con una acertada gestión de recursos que no por ser más acusante que otras producciones mayores se queda por detrás de ellas. Te sorprenderán sus diálogos, giros y revelaciones, su violencia tranquila y su tono raro. Todo un destello de diamante en bruto, brutísimo.
Esther Miguel Trula