Ella tan solo soñaba con escapar, atrapada entre falsos amantes de vicio y alcohol. Su corazón y sus sueños eran lo único que ellos nunca podrían robarle.
El cielo se apaga, y Diana parte hacía ese frio lugar donde almas perdidas predican un poco de atención a precio estipulado. Allí no existen los sueños, y solo se presta atención a las agujas del reloj contando los minutos. Vestida tan solo con unos zapatos de tacón y sugerente ropa interior, guarda su corazón bajo llave en un oscuro cajón, pues no hay sitio para el amor. Carmín rojo y simulada sonrisa para aprobación del consumidor, mientras las actrices del placer, aprendices y maestras aguantan la jornada a base de evadirse de la realidad. Diana aprende rápidamente las culpas de la noche; a veces, consolando a náufragos del amor que tan solo buscan un poco de cariño, pero otras veces, aguantando improperios y frases como, “si a ella le gusta lo que hace”, salidas de la sucia boca de despojos que se creen hombres. Luego, al apagarse los neones que anuncian los carteles de la entrada, Diana recupera su corazón de ese oscuro cajón, y sueña con algún día, poder escapar de ese frio lugar para entregarle su corazón a alguien que no la vea como una simple mercancía.