El otro día, en su mensaje de Nochebuena, el Rey habló de los males del 2020. Pasó de puntillas por los asuntos de su padre. Fue, la verdad sea dicha, un discurso previsible, moderado y, si me apuran, aburrido. Cada año que pasa, aguanto menos los tradicionalismos. Y los soporto menos, queridísimos amigos, porque son como jarrones chinos. Jarrones que permanecen inmóviles ante el desgaste de la vida. Hay quienes, desde las trincheras mediáticas, dedican tiempo y energía a la defensa de lo tradicional. Dedican tiempo a conservar - y de ahí el término "conservador" - lo que antes fue y ya no es. Ese afán por conservar, entorpece el tránsito del progreso. Aunque quisiéramos que el reloj se detuviera. Aunque quisiéramos ser eternamente jóvenes, las canas nos recuerdan que todo cambia en el devenir de la vida.
En los cimientos de nuestra Constitución hay, aunque cueste reconocerlo, un cierto cemento conservador. Hay, la verdad sea dicha, ciertos jarrones en las vitrinas de su articulado. Jarrones custodiados por los defensores de lo tradicional. Defensores del pasado. Nostálgicos que miran por el retrovisor de las décadas. Y miran con la esperanza. Con la esperanza de que algún día resuciten los cadáveres del ayer. Son contrarios a los virajes políticos, a las pancartas y a todo aquello que suponga, en términos políticos, revolución social. Así las cosas, se proclaman defensores de la familia tradicional, de la moral católica y la monarquía. Si por ellos fuera, seríamos - todavía - la España del "Cuéntame". Una España donde los pobres no sabían leer. Y una España donde el ascensor social permaneció parado durante cuarenta años de Nodos, curas y tricornios. Un ascensor que dejó en el sótano a miles de vidas truncadas por el "querer" y "no poder".
Hoy, la caverna mediática lanza sus dardos envenenados contra los socios del Gobierno. Dardos contra Podemos y los partidos nacionalistas. Dardos contra los "comunistas" y "separatistas". Dardos contra los "bolivarianos", "leninistas" y "chavistas". Y dardos contra los "rupturistas" y "terroristas". Dardos contra dianas equivocadas. Equivocadas porque, en España, tanto Unidas Podemos como Bildu y ERC, entre otros, son partidos legítimos. Partidos, al fin y al cabo, con sus militantes, simpatizantes y detractores. Y partidos tan legales como el PP, Vox o Ciudadanos, por ejemplo. Dentro del sistema de partidos hay, como en todos los corrales, ideologías dispares. Y esa disparidad forma parte de la democracia. Por ello, aunque todos los partidos sean legales, no todos son tan demócratas como parece. Y no lo son, queridísimos lectores, porque los insultos y descalificaciones personales son síntomas de inmadurez democrática. Síntomas de un país que necesita altitud de miras para que resurja la cultura. Y síntomas de una partidocracia que entiende la política como un juego de suma cero.