Un hombre con un gastado traje gris y una vieja maleta de cuero se detiene en la acera, delante de unos niños que juegan. El hombre deposita la maleta en el suelo, se seca el abundante sudor que le perla la frente y les pregunta a los niños que hace un momento jugaban y ahora lo miran curiosos:
- ¿Sabéis qué es un fractal?
Los niños dicen que no y el hombre del traje gris gastado les dice que un fractal es un objeto semigeométrico, irregular, un objeto complejo en el que una parte tiene la misma estructura(estructura que se repite a diferentes escalas) que el total. Les explica que las nubes, los copos de nieve o sus sistemas circulatorios son fractales naturales. Les dice que un fractal es algo hermoso. Infinito y hermoso.
Los niños no acaban de entender bien ni tampoco les interesa demasiado lo que es un fractal, así que le preguntan qué lleva en aquella vieja maleta de cuero.
Él les dice que fractales.
Los niños, ahora súbitamente interesados, le piden que se los enseñe.
Así que el hombre abre su maleta. Está llena de viejas fotografías. Decenas y decenas de fotografías de niños con síndrome de Down, de gigantes judíos dentro de pequeñas estancias, de bebés que lloran, de hombres que se visten como mujeres, de enanos mexicanos, de personas tullidas, contrahechas... extrañas para la mirada de un niño. Sobre todo dentro de la mirada de un niño. Pero a medida que los niños contemplan aquellas viejas fotografías van siendo conscientes de que en aquellas imágenes existe una fascinante belleza que los seduce con su plástica hermosa y obscena. Ante sus ojos se revela una nueva y poderosa atracción: la potencia y magnitud de lo irregular, de cierto cautivador orden y armonía en lo que a primera vista parecía feo, grotesco y caótico.
Imágenes que parecen salidas de algún oscuro cuento de hadas, sacadas por el viento del sótano solitario del ogro bueno, hojas insanas y mágicas caídas del rugoso árbol del otoño.
"Los fractales", piensan los niños, que todavía no saben que se acaban de asomar al abismo desconocido, radiante y anómalo de lo cuántico, del algoritmo recursivo, del detalle infinito.
El hombre del gastado traje gris cierra la maleta y continúa su camino. Los niños vuelven a jugar en la acera y sólo uno de ellos le pregunta en voz alta que de quién son las fotografías.
- ... de una tal Diane Arbus... - dice el hombre sin darse apenas la vuelta.
Lo que aún no sabe aquel niño es que ese nombre de mujer y aquel mundo misterioso e insólito lo acompañará durante el resto de toda su vida.
Arbus. Diane Arbus. Fractales. Copos de nieve caídos en mitad de la noche. Hombres gigantes, niñas gemelas e inquietantes. Estrellas inusuales que explosionan en alguna esquina del universo. Hermosas perturbaciones de átomos en el espacio-tiempo curvo de los modelos estándar.
Saludos de Jim.