Leo «el tercer secreto» de Steve Berry. Al llegar a la parte donde menciona a la Ciudad del Vaticano; la fe, la Iglesia Católica, cierro con ímpetu el libro y lo guardo. Me frustro por mi falta de interés en ese tema. ¡Denme la vida no la fe!
Creo que tengo la capacidad de tejer pensamientos así como tejo con las lanas grises que rodean mis manos en momentos de ansiedad. En esta noche mi estado mental está seducido por imágenes instantáneas de bosques, de estrellas, de cuerpos y de reflexiones desubicadas. Palabras que van y vienen y no logro apresarlas, se escapan, se enredan y unas que otras se meten entre mis uñas ahogándose entre la carne y el impulso. Quisiera tener un poco de coherencia pero estoy tan encadenada a expresar lo que salga.
Hoy desperté cansada, descorazonada y fría, un poco más que en los últimos días. Mi vida se debate entre escudriñarme, hallarme, saber qué quiero y entre libros y más libros. Muchas veces desaparece el placer de leer y me escudriño intelectualmente y me siento vacía -comparada con otras personas-, sentimentalmente soy un asco y emocionalmente ni se diga; soy una mezcla de ansiedad y desesperación interrumpida por las tareas diarias y los mensajes que no quiero leer. De repente me encuentro vacilando entre las hojas de papel y me pregunto si vale la pena que sean leídas por un ojo humano.
Continúo leyendo y mi alma recepta cada minuto, cada cúmulo de nebulosa abstraída de los libros, es algo que me desconecta de todos ustedes. ¡Es horrendo! me toco las manos y leo solemne, erguida y concentrada. Brota un placer y un fuego inmenso, tengo el deseo de incendiarme, gritarles a todos que me han corrompido. Río enfurecida y me agito. Dejo todo para ponerme frente a un espacio vacío lleno de imágenes en una pantalla.
Esta tarde estaba lloviendo, teclas y una hoja en blanco son mi consuelo. Se viene a mi mente el cabello y el rostro de mi madre, cierro los ojos y la veo sentada frente a mi mesa. Odia mi florero, lo ve y en su rostro aparecen manchas rojas. Ya quiero que el día finalice. Cierro los ojos un momento y veo mujeres cavando fosas en un jardín; luego las matan, caen dentro de esas fosas y sus maridos se ahorran de comprar flores. -Diosmío ¿por qué?-. Todas volamos en miles de pedazos y en cualquier segundo vamos a estallar silenciosamente; arrojaremos plumas, hundiremos los dedos en el dolor, exprimiremos nuestros cuerpos fatigados y… seremos corrompidas, nos tiraran piedras negras, estaremos con la frente en alto electrizando ojos. Ninguna va a tocar el ukulele, estaremos en una isla con los párpados elevados, hundiremos nuestros dedos en sus cuellos y gritaremos con sonrisas ebrias tal y como lo hacemos entre estas cuatro paredes.
Las manos de mi madre parecen cansadas ¿cuántas horas estuvo cortando? se siente liberada, pero no se despega del tiempo. Abro los ojos y ya no está. Estoy sola frente a un espacio vacío lleno de imágenes en una pantalla.
Escucho a Miles Davis y su tema Kind of Blue. «Sigue así», el sonido de las cucharas en los platos; los perros ladrando, la música de fondo, vuelvo a escuchar… «Sigue así». Proust dijo: «nunca se sabe de dónde vienen los ruidos» pero yo lo sé y así sigue, así sigue lo que me dice un ruido en mi cabeza que me envía a la deriva, pero no me caigo y marco una letra en la hoja en blanco y la miro como mirando un vacío y pienso en todo. Entreabro los ojos y aspiro cada parte de esta habitación. Odio el florero, en mi rostro aparecen unas manchas rojas, no quiero que el día finalice, mis manos están cortadas de tanto cortar. Me acaricio el rostro, lloro y tiemblo; río y tiemblo, respiro hondamente y compruebo el efecto de verla a ella en mí. Todo está muy bien, me viene un pequeño lagrimeo y me asusto con este vibrar tenso. El sol no quiere salir hoy, quiero que se siente frente a mi y que me queme.
Capturo lo gris en el altibajo de la trompeta de Kind of blue y recuerdo a Juliette Greco quien «Tiene millones de poemas en su garganta que nunca han sido escritos» empiezo a recrear en mi mente lo que significaba querer algo distinto a la música como lo decía Miles Davis: «la música era toda mi vida hasta que conocí a Juliette»; y pienso en mi madre, pienso en que nada me es más sentimentalmente atrayente que lo oscuro de su forma de ser, y hay cosas que no le digo, cosas que no las puedo decir. Lo anterior no tiene interés. Ahora recuerdo mi infancia, el cielo sucio, un perro que muere y me rodea un placer morboso al recordar estas sensaciones.
Por último quiero, quiero, quiero mirarme en el espejo, que el espejo se mire en mí, que me agarre con sus manos, que me haga sentir el tiempo, que me ahogue de angustia hasta sentirme extraña, hasta sentir que el espejo soy yo y que está ahí, que solo se quebrará si le lanzan las piedras negras llenas de palabras sin emociones.
En fin, el sueño es un opresor, no me permite estar de pie. Me amenaza con una madrugada horrenda y me quedo quieta, decido ya no estar sola frente a un espacio vacío lleno de imágenes en una pantalla. Los botones se apagan y tuve una velada encantadora frente a muchas hojas, un cielo-raso, un florero, unas pastillas que me sonríen misteriosas…y conste que todo esto lo digo para que cuando lean algún poema que yo haya escrito, sea dicho como: «tenía millones de verbos que se aglutinan en su garganta» o también como: «poemas para leer en el baño»
dévorez les livres !