Al fin hay sol. Hoy ha sido el primer día en el que no he tenido que usar en ningún momento la chaqueta verde. Tampoco ninguna bufanda. Es curioso, pero antes me llevaba mejor con el frío. Y con antes quiero decir, hace uno o dos años.
Recuerdo que la primera vez que estuve en Madrid (llegué un 1ro de marzo de 2011), hacía 2°C y era tanta mi emoción que yo no podía sentirlo. Tenía un sobretodo negro, botas, bufanda, sé que hacía frío, pero mi cuerpo no se enteraba. Era la emoción de estar ahí. Solo caí en cuenta cuando le vi los labios morados a Analisse y de buenas a primeras no entendía porqué estaba así. Ella no quería interrumpirme la dicha, porque así es mi amiga.
Nos fuimos a un café a llenarnos un poco de calor y desde la ventana del segundo piso, vi que comenzó a caer agua nieve; y esa era la primera vez que yo veía algo de nieve, así que corrí de nuevo a la calle y, una vez más, no sentí frío. Y una vez más, Analisse allí conmigo.
Pero la semana pasada yo usaba una bufanda mientras hacía arepas. Muy a pesar del calor del horno, de las ventanas cerradas, del calorcito atrapado. Si algo voy a recordar de Barcelona es todo el frío que me trajo, porque eso me pasó mientras estaba allá, hace varios días atrás.
No es cierto. No fue en Madrid la primera vez que vi un poco de nieve. Que la vi caer a medias, sí (y aunque fue poco y breve, era importante para mí) La primera realmente vez fue en Nueva York, como en el 2009. Había nevado el día anterior y cuando yo llegué todo estaba blanco, pero no la vi caer. Recuerdo que insistía en caminar sobre la nieve aunque los pies (de Converse y medias) se me enfriaran y me resbalaran. Hice una bola de nieve, la sostuve en la mano y alguien me hizo una foto.
Luego, dos años después, vi caer la agua nieve. Y dos años después de eso, volví a Nueva York y ese día comenzó a llover, pero al siguiente, nevó ¡nevó mucho! y la nieve me hacía reír y estornudar y emocionarme. Tampoco sentí frío esa vez. Y caminaba con nieve cayendo sobre mi cabeza y era una maravilla ver todo blanco y sentirme tan, tan feliz. Porque lo estaba. Lo estoy ahora al recordarlo.
Qué bonitas son las emociones de las primeras veces.
Estoy en Montpellier. Al fin hay 25°C y no estoy usando la chaqueta verde ni bufanda. Solo me falta descubrir porqué, cuando al fin hay sol, estoy pensando en la nieve. Es lo que tienen los viajes.
Montpellier, Francia / Martes 04 de abril / 5pm
Hace dos días estuve en este mismo parque y ahora no logro recordar el nombre. No es cierto, no fue hace dos días, sino cuatro. Era viernes y estaba nublado. No llovió, pero la ciudad iba de gris a blanco.
Hay mucha luz en Montpellier. El sol me encandila y me resta visibilidad. Es raro. Hago algunas fotos y la vista se me cansa y no veo con claridad si la velocidad o el ISO de la cámara están correctos. Ahora que sé un poquito más de esas cosas, me parece bien prestar atención. Lo cierto es que hoy hace sol y he decidido caminar por los mismos lugares de hace cuatro días, a ver qué tal, a ver si se convierten en otros, a ver si se visten de primavera.
En este parque hay gente acostada en la grama, otros tocan guitarra, otros pasean a sus perros. Escucho que hablan un español con acento mexicano y se quejan de lo difícil de aprender francés. Otros más allá juegan con una pelota de fútbol, dos más corren detrás de sus perros que se zambullen en esa agua fría debajo del monumento. Intenté hacerles fotos, pero ninguna me gustó. Y así. Parece otro lugar, porque hace cuatro días no había casi nadie. Éramos diez personas, porque nos conté. Y también había un malabarista justo debajo de la estatua que no recuerdo de quién es. Si no anoto de inmediato, es muy probable que se me olviden esos detalles.
Hoy vi otras cosas distintas:
- Gente en las terrazas.
- El tren que recorre la ciudad y en el que los turistas van con audio-guías.
- Niños saliendo del colegio, buscando el sol.
- Un café llamado Solo.
- Postales de El Principito, en francés. Cuchísimas.
- Dos estatuas vivientes (admiro mucho ese trabajo)
- Un mini mercadito africano donde compré Harina PAN a 2,50€
- La Esplanade Charles de Gaulle.
Nota mental: debo caminar por otros lados de la ciudad, pero ahora estoy muy a gusto. Voy a resaltar esto porque sí.
El viernes fue 31 de marzo y esa noche viajamos dos horas a Marsella. Me gusta escribir Marseille. Digo "viajamos", porque éramos Silvia y yo y nuestra primera vez viajando en un carro que no era nuestro, con alguien más. Por 6€ estaríamos en Marseille a las 10.30 pm, pero como toda primera vez, uno se pregunta algunas cosas sencillas: ¿hablo en el carro? ¿me duermo? ¿me extiendo en las conversaciones? ¿me tengo que reír? Pero bueno, nuestra primera experiencia en Bla Bla Car, nos deparó a una chica puntual, pero antipática con la que no había mucho qué decir. Así que me dormí todo el camino. Lo único que lamento es haberme perdido la entrada a la ciudad, con la basílica iluminada que Silvia sí alcanzó a ver.
En Marseille también sería la primera vez que haríamos Couchsurfing juntas y nos vinieron a la mente las mismas preguntas. Como las dos teníamos mucho sueño y cansancio acumulado, le pedimos al cielo que nuestro host no tuviera muchas ganas de conversar -al menos esa noche- para poder dormir temprano. Le habíamos avisado con casi un mes de anticipación que llegaríamos cerca de las 10.30 pm y parecía no tener ningún problema con eso, así que estuvo bien: hablamos un rato, nos regaló un mapa, nos explicó algunas cosas e insistió, así de repente, en que yo debía contar sus historias de Couchsurfing en mi blog porque ya tenía diez años hospedando a viajeros y había llenado tres cuadernos con testimonios. Ya para cuando nos preparó un té, nos había dejado claro que era nuestro deber -o, al menos, el mío- tomarle alguna foto, escribir sobre él, firmar el libro, tomarle fotos al libro, escribir sobre su casa -que no era donde estábamos- y de la vez que conoció Belice (¿?)
Al día siguiente, nuestro host nos hizo saber, a una hora adecuada, que estaba listo para ir a cenar y tomar algo. Eso no estaba en nuestros planes porque se salía del presupuesto (y ganas); pero cuando entendió que no habría cena, nos pidió llevarle algo para el desayuno. Pero eso tampoco pasaría. Y quizá fue por eso que vio de mala gana el chocolate que le dimos y quizá fue por eso también que apenas volvimos al apartamento ese día, se instaló en el sofá-cama que nos había dejado para dormir a ver televisión hasta la medianoche. El castigo, por avaras, era no dejarnos dormir, algo que supimos manejar con elegancia porque -y para decirlo en buen venezolano- no nos importaba ni media bola.
Lo que nuestro host no sabía era que, de no haber sido tan desfachatado, habríamos terminado haciendo arepas o tomando algún vino y conversando para pasar al rato. Pero así forzado y con imposiciones, no. Así con indirectas, no. Al día siguiente, le dejamos su sofá-cama bien hecho y nos fuimos a la ciudad muy temprano a pesar de la lluvia. Luego, en las referencias de Couchsurfing dijo que no éramos tan conversadoras como hacíamos ver en nuestros blogs, que llegábamos tarde y no quisimos salir con él, pero que nos hospedaría otra vez. Bueno, eso dijo de mí, porque de Silvia dijo que había sido una mala experiencia eso de no conversar tanto, ni de contarle que estaba de cumpleaños porque le habría llevado champaña y una torta. A fin de cuentas, sí ha logrado algo: que hable de él en mi blog.
Llovió en Marseille los días que estuvimos allí. El sol nos dio una tregua para ver unos calanques pequeños en el archipiélago de Frioul. A mí me encantó caminarla así toda apagada y fría y gris, porque no sé, se me hacía encantadora. Porque me sentía agradecida de estar en un lugar nuevo para mí, sin importar cómo me lo entregaran para verlo. Si había sol, iba a ser todo muy fácil. Encantador, pero fácil. Voy a caminar Montpellier un rato más.
PARÉNTESIS. Este diario breve desde Montpellier, lo escribí sentada en un banquito en la Promenade du Peyrou y lo he transcrito textualmente ahora que estoy en Madrid. Aquí tampoco tengo frío.