No escribo hace algo más de un mes. La razón principal de tal ausencia fue un viaje algo largo fuera de Notre Dame y que, casi todo el tiempo, me tuvo alejado de una computadora. Estuve al rededor de veinte días en Centro América, pasando por Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Por muchos motivos que iré explicando a modo de crónica y también a modo de ensayo, este viaje ha tenido una fuerza colosal. Se trata de algo que ya había empezado en mi último viaje a Perú, pero que se ha avivado de un modo muy fuerte: un cuestionamiento cada vez más serio en torno al sentido y destino de la investigación académica que he venido desarrollando y el rol del mundo del pobre en ella.
Haber pasado por tierras en las que el martirio de dos obispos (Gerardi en Guatemala y Romero en El Salvador) dejó tanta huella (al igual que la muerte de muchos otros “desconocidos”) es algo que también ha dejado mucha huella en mí. No se trata, claro, de una suerte de reencuentro romántico con la Iglesia. Se trata, más bien, de una pregunta genuina por el tipo de vida que conduce a la muerte de un mártir. Preguntas por el sentido del compromiso cristiano y preguntas por el sentido de lo que supone ser un discípulo radical de Jesús, donde radical significa algo mucho más complejo que sectarias ideologías.
En Centro América no escribí un diario, aunque quizá debí. Este blog, como en muchas otras ocasiones, suplantará aquello que no se hizo y me dará oportunidad para elaborar ideas y sensaciones complejas derivadas del viaje. Hay varias cosas que contar y muchas otras que aún merecen discernimiento y maduración. Poco a poco irán saliendo, pero no quería dejar a los amigos lectores sin ningún contacto reciente conmigo y con el blog. Aquí aún ando y varias cosas quedan por ser escritas todavía. Sé, de otro lado, que tengo algunos posts pendientes, empeñados como promesas pasadas. Trabajaré en eso también, la palabra queda empeñada.