Estimado Capitán:
Sé que últimamente no he podido escribir los informes con la misma asiduidad de siempre, pero es que estoy tramando algo que me consume todo el tiempo y energía, pero de eso le hablaré en breve. Los lechones crecen muy deprisa y sus piernas se han convertido en unos carnosos muslos de pollo que mujeres de toda edad y condición quieren saborear. Se les ve en la cara.
También tengo que comunicarle que el otro día tres personas creímos ver un diente en la encía superior de uno de los lechones. Este avistamiento resultó ser falso (a saber) y aunque la visión duró solo un par de minutos nos vimos obligados a rellamar a amigos, conocidos y a algún que otro desconocido íntimo para desmentir tal espejismo. Es increíble la cantidad de números de teléfono que un padre ansioso puede marcar en 67 segundos que fue lo que duró el encuentro con el falso diente.
Hasta llamé a Vodafone.
—iA mi hijo le ha salido un diente!
—Y a mí que me importa señor.
—¿Ve usted? ¿A qué jode?
Le juro que ahí estaba el diente. Incipiente, blanco, en el lugar perfecto. Pero en realiad no había nada. Se esfumo en unos segundos. ¿Qué sería? Quizás estemos ante una nueva mutación: la de los incisivos retractiles. Sé que este capítulo pasará a ese sitio tan sucio (los anales) como nuestro Roswell particular.
En el futuro habrá documentales sobre el tema. “Expediente Piño”
Las alucinanciones acústicas también están a la orden del día. Cuando no era padre y veía a mis amigos desencajados al escuchar las primeras palabras de sus vástagos no daba crédito. Aquello se me antojaba un poquito exagerado.
—¿¡Ha dicho papá!? ¡Ha dicho papá!
Hombre, no va a decir “Bitelchús”. Papá no es para tanto, Papá entra dentro de lo previsible. Lo raro es que dijese “testículo” o “Ramadán”.
Pero ahora les entiendo a la perfección. El otro día Capitán Antón Jr. dijo Papá, pero en realidad no lo dijo. Dijo primero pa…y unos segundos después otro pa…pero no quería decir papá, ni siquiera aquello tenía pinta de ser una palabra. Ese fonema era a una palabra lo que el regalo del día del padre es a un regalo de verdad. Pero por un momento me dio subidón. ¡Ha dicho papá!
Ovugirl ni se inmutó.
—¡Que ha dicho papá!
—No, no lo ha hecho.
—¡Que sí!
—Venga pues sí.
—No lo ha dicho ¿no?
—No cariño, no. Para eso aún falta.
Y me fui desdichado a la habitación como un jugador que abandona el campo humillado tras el cambio.
Lo de “papá” lo puedo aceptar, pero el diente lo vi. Y su madre también lo vio. En eso nos hemos puesto de acuerdo. Bueno, en eso y en lo de que los niños se tenían que ir ya a su habitación.
—Cari, los niños deberían ir ya a su habitación.
—No saben andar, dejálos un poco más aqui.
—¿Hasta cuando?
—Hasta la segunda vez que hagan primero de carrera.
—Cari no. Se tienen que ir ya, que ya son mayores.
—Claro que se tienen que ir, pero espera un poco que esta noche ya se ha hecho tarde. Que se vayan el lunes.
—Cari, esto no es como ir al gimnasio. Como cabeza de familia exijo…
Y me cerró la puerta en las narices mientras que desde el otro lado me llegaban las risas de mis hijos y la madre que los parió.
Pero al final se impuso la razón y los niños ya llevan una temporada en su nueva habitación.
Cuando digo temporada no me refiero a temporada en plan “temporada de una serie”, ni siquiera llevamos una de esas como padres. Ahora mismo debemos andar por el capitulo 13 de la primera, pero con buenos índices de audiencia.
Además su dieta se va ampliando: frutas, verduras, galletitas…y todo eso lo toman ahora sentados en sus tronas. Que para un bebé es como cuando un adolescente se deja un poco de bigote ridículo/pelusilla para parecer mayor y entrar en una discoteca.
Pues es el mismo principio.
Las tronas les hacen parecer “mayores” pero no lo son. Siguen meneando la cabeza para los lados, se baban y se lo pasan pipa tirando los juguetes al suelo. Desde las tronas todo se ve de otra manera, las tronas dan poder a los hijos y enorgullecen a los padres que ven a esos dos mocos levantando sus rollizas manitos pidiendo que alguien les tome en brazos, pero nosotros no caemos en la tentación de esos ojos grandes que piden “colo”. Al menos en primera instancia, después caemos sin remisión y obedecemos sus deseos, que para eso son los bebés más guapos del mundo. Ojo no es un decir, tenemos un certificado expedido por las dos abuelas, siete vecinas vírgenes, un concejal de festejos, un DJ ruso y un autónomo. Todos coinciden.
Han nacido para ser reyes.
¡Saludos!