Revista Cultura y Ocio
«templanza y nervios de acero» (Manuel Rodríguez Cancho)Martes, 5. Fase 0. En una entrada de los primeros días del mes pasado aludí a algunos diarios del encierro que he seguido y sigo. Me gusta picotear en estas notas de tono, estilo e intención variados, que también he leído en la prensa en papel, con firmas como Javier Sampedro o Íñigo Domínguez en El País. Habrá infinidad de textos así, algunos mucho más secretos y domésticos de personas que han querido anotar sus impresiones y reflejar por escrito su estado de ánimo ante una situación tan extraordinaria. En estos días he conocido uno de esos textos al que, con permiso de su autor, Manuel Rodríguez Cancho, voy a referirme. Manolo, geógrafo, fue compañero en la Facultad hasta su jubilación temprana, y, aparte otras responsabilidades públicas y cargos de gestión de rango municipal y autonómico, fue concejal de Turismo del Ayuntamiento de Cáceres en el momento —año 2004— en el que se puso en marcha la candidatura de esta ciudad como Capital Cultural en 2016. Consideró que yo podría ayudar en algo y me pidió que colaborase como asesor. Así lo hice hasta que todo se desbarató, antes del desbarajuste definitivo. Pero esa es otra historia. Dimitió dos años después como concejal por discrepancias con el proyecto urbanístico para la instalación de El Corte Inglés en Cáceres, y no ha sido ese el único hecho en el que ha mostrado su talante crítico y su integridad moral, su sentido común, y también su manera de tomarse la vida —disfrutándola. Una cita de La peste, de Albert Camus, encabeza el texto que me envió el sábado 18 de abril: «¿Qué hacer para no perder el tiempo? Sentirlo en toda su lentitud». Su título «¡Todo es cuestión de tiempo! COVID—19 en 2020» y su propósito «expresar y compartir preocupaciones, sobre la sorpresa que causa lo inesperado, los temores al día después. Un poco de todo, una visión personal que se va construyendo a diario». Por las referencias que hay a días de finales de marzo, deduzco que el texto, de casi dieciocho mil palabras en cuarenta y seis páginas, está escrito en los primeros quince de abril, no sé si con constancia diaria, hasta darlo por terminado para enviármelo con un «espero que te guste, y si es así compártelo con quien creas oportuno» y sin disimular cierta espontaneidad de pluma y despreocupada labor de lima. No es la primera vez que Manolo me confía algunos de sus escritos, que en más de una ocasión han visto la luz en forma de libro casi autoeditado. Diez propuestas para acabar con la riqueza (1995) es una de sus obras, y creo haber tenido otra que no encuentro en casa. He leído muchas reflexiones, a partir de esta situación —que él y su pareja comenzaron a vivir en la costa de Cádiz para regresar a Cáceres cuando ya estaba todo casi vacío—, sobre economía, salud pública, política, bien común, aficiones, literatura, cine…; que uno puede compartir o no, discutir a veces por la perspectiva porfiada de un ciudadano que protesta, pues no en vano son «las anotaciones compulsivas de un observador que actúa como un mirón»; pero lo que me interesa de estas páginas es la voluntad de quien se pone delante del ordenador para expresarse. Siempre he tenido un enorme respeto al hecho de la escritura cuando se hace con honestidad y, en este caso, franqueza, siempre para construir y no para deshacer nada. Al contrario, Manolo con su texto nos recomienda: «Pruebe a desconectarse de los cables umbilicales aferrados a su cuello, intente apagar el televisor durante horas, no sintonice la radio y oiga el silencio, apártese del ordenador, del móvil y pruebe a oírse a usted y a los suyos, escuche la cantidad de cosas nuevas que tienen que decirse». Por aquí pasan Borges, el ¡Indignaos! de Hessel, Nelson Mandela, Antonio Machado, Orwell, películas como El jovencito Frankestein, historiadores como Yuval N. Harari, Los Simpson, Cervantes… Desde luego, la lectura de un texto como el de Rodríguez Cancho es como escuchar de balcón a balcón a alguien que quiere conversar todas las tardes y en el que uno ve una gana enorme de que el futuro sea mejor: «Y si la presente generación, entendida como aquella que habrá de engendrar, desde una sociedad civil más estructurada y fuerte, nuevas formas de control a la política y a los políticos, nuevas relaciones sociales más permisivas y respetuosas, una nueva ética de comportamiento económico y productivo, de sostenibilidad con los recursos que utilizamos, de evolución positiva en las ideas, de equilibrio con el medio en que nos encontramos instalados. Y si fuéramos, para variar esta vez, menos ambiciosos y competitivos, más tolerantes con las diferencias, más humanos». Ojalá.