Revista Cultura y Ocio
«donde, para mi bien, conmigo vives» (Álvaro Valverde)Sábado, 9. Fase 0. Hoy hace veintiocho años que murió mi padre. Esta mañana —muy temprano, como siempre— me enviaba un correo electrónico Álvaro Valverde en el que compartía sus comunicaciones a propósito de una futura colaboración. Una coincidencia, porque recuerdo que aquel sábado —como hoy— de 1992 escribí el nombre de Álvaro en una nota que dejé a mi amigo Ángel Campos Pámpano excusándome por no poder leer en el VI Congreso de Escritores Extremeños, que se estaba celebrando desde el viernes en Cáceres, la ponencia conjunta que habíamos preparado Jesús Cañas y yo. Álvaro había sido invitado a un encuentro literario organizado por Iñaki Abad en el Instituto Cervantes de Nápoles, que coincidió con el congreso extremeño, y su ponencia («La lección suspendida») no recuerdo si tuvo que leerla el propio Ángel o Luciano Feria. Me había indignado que en la primera sesión alguien criticase la ausencia de Álvaro, que despreciaba —decían— nuestro congreso y prefería el pavoneo literario de un acto internacional. Deberían —dije— estar orgullosos de que un escritor extremeño, un socio de la AEEX, hubiese sido invitado a aquello. Por eso, en la nota que dejé a Ángel escribí que confiaba en que nadie me criticase por ausentarme y no leer nuestro texto —que leyó Jesús—, porque mi padre agonizaba. (Mis hermanos no quisieron decirme que había muerto de madrugada para que no viajase abatido. Debí agradecérselo, porque, por momentos, pocos y fugaces, durante el trayecto hasta Zafra, creí que me daría tiempo a despedirme de él). Siempre me acuerdo de Álvaro cuando evoco aquel hecho y me acordé también cuando él, ocho años después, perdió a su padre, a quien dedicó «Entonces la muerte», una de las secciones de su libro Desde fuera (Tusquets, 2008), una elegía en cuatro poemas, el último de los cuales se cierra con el verso que copio arriba. Fernando Aramburu dedicó un hermoso comentario a ese poema en una colaboración que yo leí en el periódico Hoy cuando se publicó y que Álvaro recordó el año pasado. Hoy hace veintiocho años que murió mi padre. Desde entonces, en una de las habitaciones de su antigua casa, como oculto detrás de una de las hojas de una puerta siempre abierta, estuvo colgado en la pared el calendario de la foto, hasta que, al vaciarla para su venta después de morir mi madre en noviembre de 2016, lo desclavé y lo guardé. En el circulito sobre el día 9 se aprecia, con la letra de mi madre, dificultada por la escritura en vertical, el nombre que hoy me ocupa: «Luis».