Revista Cocina
Nuestro protagonista Joan Capdevila, o Juan para los amigos, se encontraba en casa, en una de esas tardes de invierno, entre aburrido y entristecido, ya se habían acabado las fiestas navideñas y tocaba pasar página y volver a sus rutinas habituales, entre ellas el trabajo.Víspera de sábado, un viernes tarde donde uno se ha torturado durante toda la semana de quehaceres, para conseguir tener un espacio propio donde acomodarse y leer tranquilamente en su sillón de lectura favorito, ese que tiene el asiento con la forma de tus posaderas.Juan venía de pasar unas fiestas con sus padres en la casa del pueblo, allá en Nerja, donde todo el mundo lo recuerda porque se rodó la serie "Verano Azul". Unos días relajados en familia por navidad, rememorando momentos felices de cuando eran pequeños; la importancia de montar el árbol en familia, y cómo su padre todos los años el día 24 a las doce de la noche se disfrazaba de Papá Noel y hacía junto con su madre el paripé entrando por el balcón de aquella vivienda por la falsa chimenea de la planta de arriba.- A papá le encantaba disfrazarse a las doce de la noche, con barba blanca postiza, gorro y jersey rojos, y aquel saco que se colocaba a la espalda -, nos contaba entre risas mi madre.Recordaba Juan que siendo ya más mayores, tendría él ya los once años y su hermana no más de seis, ésta intuyó que papá Noel se parecía mucho al papá real, por lo que ese año y para no ser delatado por el "extraño parecido", se pintó la cara de negro.- ¿Quién dijo que Santa Claus tiene la tez blanca?,- decían. Lo preconcebido no tenía lugar en la familia Capdevila.Tras repartir los regalos, siempre la misma ausencia:- ¿Y...dónde está papá?, papá, papá, corre, ¡¡ sal del baño que ha venido Papá Noel !! -, al baño, a bajar la basura, siempre curiosamente su padre estaba ausente. Se despertó sobresaltado. Sin querer queriendo se había quedado dormido en su sillón de lectura, algo imperdonable, dado que tenía otro sofá para las siestas. Miró por la ventana y vio aliviado cómo seguía la lluvia repiqueteando constante en la ventana, así sabía que nadie iría a verlo esa tarde y podría dedicar su tiempo a lo que le viniera en gana.Se levantó, se lavó la cara y limpió las lentes. – Toda buena lectura, merece su ritual – pensó para sus adentros.Siempre prefirió un buen libro a una buena serie. La televisión empezaba a cansarle, las noticias basura estaban ganando terreno a las buenas, y las series que triunfaban antes ya no eran las de ahora. En cambio, los libros le seguían provocando en él viajes en tercera persona que lo llevaban a nuevas aventuras o misterios por descifrar.Antes de sentarse de nuevo, levantó la vista y miró en el estante, repasando varios libros. No sabía qué leer, buscaba algo pero sin saber qué. Rebuscó nuevamente ya sin expectativa de encontrar nada potable en la fila de atrás, esos que tienes escondidos porque son los de tapa blanda y que muchos de ellos leíste de joven.Entre ellos se percató de uno más pequeño de color grisáceo. Lo levantó, lo cogió y … ¡sorpresa! era su primer diario. Por lo que decidió rememorar aquellas páginas repletas de apuntes de juventud.Aquel pequeño diario ya atisbaba de lejos su contenido, con esas letras plateadas de caligrafía: "Recuerdo de mi Primera Comunión".A duras penas se acordaba Juan de su primera comunión, salvo de aquellos detalles que marcan tu infancia: o ibas de "marinerito" o de estilo "progre". A Juan le dieron a elegir, entre traje de marinero al estilo Errol Flynn o, un traje blanco, con zapato y cinturón negros, corbata azul y camisa de manga corta, con cuadros grandes, pero con colores suaves.Conforme pasaba las páginas, Juan se dio cuenta del tesoro de vida que manejaba entre sus manos: el primer amor, su primer enfado, el primer roto en las notas, su mejor lectura de aquel libro titulado "No pidas sardina fuera de temporada", premio nacional de literatura infantil … y cómo no, a Javier, su primer mejor-amigo.[Continuará...]