Hace ya años que dejó de interesarme el paisaje que ofrece la orientación sur de mi casa. Sigo viendo el mar, aunque ahora el gran lienzo azul y gris que fue está siempre surcado por un crucero desde cuyas ventanas van sacando la cabeza mis vecinos, como polluelos esperando que sus padres vengan a alimentarlos.
El este es otra cosa. Además de contar con amaneceres inundados de sangre y fuego, el campanario de la iglesia de santa María se alza muy por encima de la maraña de tejados, ocres o comidos por la humedad y el verdín, que conforma el casco antiguo de Cambrils.
Santa María al amanecerEl faro de santa María tiene una cruz en lo alto y una sirena que imita el repicar de cuatro campanas de hierro fundido que giran sobre su eje mientras las golpean los badajos.
Por la noche, el farero se encarga de iluminar la torre, y el haz de luz choca contra mis ventanas, atravesándolas y alcanzándome mientras estoy en la cama. Es entonces cuando me relajo, expulso todos los desechos del día, y restriego la mugre que la soledad acumulada ha dejado en mi piel, como quien pasa el cepillo por el abrigo que ha usado antes de guardarlo. Es entonces cuando dejo que el resplandor me arrope mientras pienso en tantos besos de buenas noches que, de pequeña, me dieron mis padres al entrar a ahuecarme las mantas.
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