Según te conté en el anterior capítulo de esta trepidante saga, tuve mi primera cita en RAP Barcelona en la que tuve mi diagnóstico.
Pues bien, hace una semana, el pasado miércoles, tuve mi primera sesión de rehab.
No te mentiré. Tenía algo de miedo. No sabía qué me iban a hacer ni sabía si me iba a doler, o qué. Ya me veía yo como la Sra. Amy, diciendo “No, no, no”.
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Pero qué va, fue todo muy bien.
Primero empezamos repasando los ejercicios que tengo que hacer en casa por mi cuenta y que tanto me cuestan. Sobre todo porque me olvido, no por otra cosa.
Una vez aclarado ese punto, dado que mis bajos estaban tensos (entiéndase de ahí la hipertonía), empezamos con terapia manual. Es decir, masajes y presiones varias en los músculos del suelo pélvico.
Mientras me hacía estas maniobras, la fisio me tranquilizó diciendo que no me haría daño. Que no se puede tratar nada habiendo dolor. Como mucho notaría molestias, o quizás pinchazos en la zona de la cicatriz. Eso debía de ser lo normal. Si algo me dolía se lo tenía que hacer saber ya que era importante.
Me explicó esto y me acordé de lo mal que lo pasé en la consulta con aquella matrona que me dio un “masaje” a lo bestia en mis bajos mientras yo sufría de dolor y ella diciendo “es que tú no estás tan mal”.
Según iba pasando el tiempo, mis músculos se iban relajando y es increíble como llegué a notar la zona. Había olvidado cuál era la sensación normal ahí abajo de ¿relajación? No sé, el caso es que eso estaba blando y podíamos empezar con la radiofrecuencia.
Primero empezó aplicando calor con un cacharro plano. Debía notar temperatura por encima de lo agradable pero sin que me llegase a quemar. Esto me dio mucho susto, lo admito, pero en ningún momento me chamuscó el chirri.
Durante todo este rato, estuvimos hablando de mi parto y de por qué me había curado así, con la hipertonía. Llegamos a la conclusión de que en el momento del expulsivo en el que me empezaron a hacer daño con la ventosa, perdí la conexión con mi cuerpo e inconscientemente, este tendió a cerrarse y a evitar que siguieran haciéndome daño. Una respuesta natural del cuerpo humano, vamos.
Después siguió la fase de drenaje. Con la misma máquina pero con un cacharro de distinta forma, empezó a aplicar frío. Cabe destacar que no noté el frío como tal, pero si que noté como la cicatriz molestaba un poco más. Empecé a notar esos pinchazos que me dijo que eran normales. Dolor nunca.
Mientras tanto iba haciendo hipopresivos.
Después de 45 minutos de terapia, me sentía muy bien. Notaba los bajos como descongestionados, como con menos presión.
Me dijo que debería ponerme un hidratante vaginal durante dos semanas porque estaba bastante irritada y que tenía que ver con la situación en general de los bajos.
Supe que todo esto iba a ir viento en popa cuando esa noche tuve que ir al baño.
Te lo conté por Instagram Stories y es que de repente volví a ser feliz, tanto que hasta maridín me lo dijo “se te ve súper feliz como hacía mucho”.
Pude ir al baño sin dolor alguno. Mis músculos estaban tan relajados que no hacían “la guillotina”, que es como yo llamo al reflejo que adquirió mi ano después del parto. Ya no había dolor en la zona inmediata hacia las nalgas. Fue ALUCINANTE volver a cagar así de fino (aunque no quede tan fino decirlo).
En serio, tenía ganas de llorar de la emoción, de ver que podía recuperarme y que con sólo una sesión estaba así de bien.
Obviamente, 4 días después volví a estar tensionada de nuevo e ir al baño se convirtió en la misma odisea de siempre. Pero ya vi la luz al final del túnel.
Me quedan por delante otras 4 sesiones de rehabilitación. Esta tarde tengo otra y tengo muchísimas ganas de ir, de avanzar, de curarme y de poder volver a estar de buen humor.
¿Qué te parece? ¿Verdad que se me lee más esperanzada?