Revista Ciencia

Diario de pensamientos: Hipocresía

Por Carlos Carlos L, Marco Ortega @carlosmarco22
Diario de pensamientos: Hipocresía 'Más vale un minuto de vida franca y sincera que cien años de hipocresía'

La hipocresía nos inunda con sus redes de soberbia, de naturalidad y de absoluta vanidad. La hipocresía nos revela la auténtica faz de la tierra, la realidad más decadente, la absoluta falta de madurez del hombre, la falsedad como antídoto ante la espontaneidad, la más cruel actitud ante otro ser humano. La falta absoluta de confianza en sí mismo, la limitación en el uso del instrumento adecuado para conseguir lo que se desea, sin importar el cómo, tan sólo un método de destino común de hombres y mujeres que sólo aspiran a ser alguien, a ser vistos, nombrados, absurdos e insulsos, inútiles y carentes de valores, el discurso del todo vale se impone a la sencillez, a la humildad y a la bondad.

La hipocresía nos rodea con sus tentáculos de ambición, de poder y de dominio. Nos cuenta mentiras para sortear nuestra opinión, para defender su indefendible discurso, para creerse invencible en una guerra de perdedores, en una batalla sin enemigos, donde los contrincantes sólo desean derrotarse a sí mismos, engañándose a diario, con mentiras que no llevan a ningún destino, donde el más tonto hace películas, donde incluso los listos e inteligentes se apuntan al carro de su utilización como norma de comportamiento rutinario. Ya se ha convertido en una forma de ser.

'Todo hombre es sincero a solas; en cuanto aparece una segunda persona empieza la hipocresía'

Me maravillo escuchando a la mayoría de la gente cuando describen sus valores más preciados y, sobre todo, cuando los reclaman para los demás. Lo que más valora la gente es la naturalidad y la sinceridad. Y cuando alguien enseña un vestigio de esas virtudes es machacado, o bien porque nadie le cree, o bien porque no tiene malicia y es fácil tratar y conseguir machacarle. "Odio la mentira", una de esas sentencias que escuchamos tan a menudo, es ese recurso habitual cuando se quieren enfatizar sobre lo que realmente nos importa a la gran mayoría. Odio la mentira pero convivo con ella. La uso a diario y me regodeo del que no la sabe utilizar. Predicamos valores que nunca ponemos en marcha y la funcionalidad de la hipocresía todavía se hace más evidente.

Ser sinceros es lo que más atrae, en principio, porque la gran mayoría no pone empeño en defender tal valor; muy al contrario, se lanzan a la pendiente de cabeza para echar a perder toda su credibilidad dando uso a la hipocresía en el momento en que menos te lo imaginas. Ser sinceros debería tener la importancia que tiene. Ser sinceros hay que demostrarlo, no solo citarlo. Las personas tienden a sobrevalorar lo que verdaderamente no es importante, es decir, la palabra. Con la palabra se cree que se gana a la gente, que engañarla es fácil, que decir lo que suena bien y lo que les gusta escuchar es suficiente para lograr la aceptación de la mayoría, de la sonrisa cómplice, de que vamos a caer bien, y eso parece lo único importante. Las apariencias. Lo políticamente correcto tantas veces manido es un invento de no se sabe muy bien quién que un día creyó que ese término podría excusar cualquier comportamiento falso o engañoso.

¿No sería más sencillo quitarse la máscara? Ir de frente, decir lo que se piensa, no actuar con absurdas maneras que no conducen si no a confundir. Las dichosas apariencias. Parece que no exista otra cosa a la hora de relacionarnos con los demás. Cada uno parece hipotecar su propia personalidad para conseguir no se sabe qué estereotipo social para sentirse aceptado. Una debilidad que aparenta naturalidad y que suena y huele a falta absoluta de personalidad. Miedo a reconocerse a sí mismo y a mostrarse a los demás tal como somos. Un temor al qué dirán que echa para atrás. La desconfianza se apodera del escenario y todos mostramos una parte de irrealidad que deslumbra por su asco y rechazo.

Hay incluso capas sociales o simples profesiones que parecen obligadas a incorporar a su método buena parte de esa conocida hipocresía. Sin ella parece que todo pierda sentido, que nada pueda funcionar. Y, a pesar de que el resto saben de sobra que sus acciones vienen predominadas por su influencia, incluso parece dispuesto a creerles. Parece tratarse todo de tal despropósito que te deja sin defensa. La hipocresía funciona de forma tan natural que parece convertirse en la naturalidad misma. Hemos sucumbido a ella. La hemos dejado pasar, tomar el poder, gobernar, mandar, tan sólo nos limitamos a obedecerla. Ya la aceptamos. Nos resignamos. No mostramos ni siquiera rechazo. Todo es tan hipócrita que ya ni sorprende. Hemos llegado a un punto tal que la sinceridad no se sabe ni lo que significa. De hecho, si la descubrimos o la intuimos creemos que es falsa.

Las buenas palabras, los buenos actos han dado paso a otra realidad. El mundo gira alrededor de la hipocresía. Aumenta y aumenta su poder sin que veamos reacción por parte de la misma población mundial. Reparamos en ella y seguimos siendo cada vez más cómplices de sus acciones. El silencio es la norma. Dejar hacer y no entrometerse. Y cuando nos toque de lleno tratar de ser tan naturales como hipócritas. Nos engañamos a nosotros mismos creyendo ser buenas personas. Criticamos a los demás solamente para sentirnos mejor, para hacer creer a los demás que somos gente fantástica, merecedores de la amistad y del reconocimiento general, cuando no somos más que criaturas obedientes que sólo buscan no llamar la atención.

Ser anónimos y pasar desapercibidos. Eso es lo que importante. Si levantamos la voz, si decimos lo que pensamos, si expresamos nuestros más sinceros sentimientos puede ser que estemos en fuera de juego, que todo el mundo nos mire y nos señale y que quizá estemos estigmatizados de por vida. Y si para evitar eso debemos poner un granito de arena en la maquinaria hipócrita no lo pensamos dos veces. Significa que si hay que ser hipócritas por conveniencia lo aceptamos sin excusas. Sin reparos. Y lo peor de todo de este triste suceso cotidiano es que cada día escuchas a más personas quejarse de la realidad, quejarse de que existe mucha hipocresía, que hay que combatirla. Y, llegados a ese punto del interrogante lógico, te preguntas a ti mismo si no son más hipócritas los conscientes que los inconscientes. Si no son más cómplices los que colaboran o los que critican sin sentido, quizá simplemente para justificar sus acciones. Algo muy humano por cierto.

'La vida me ha enseñado que no debo engañarme a mí mismo, y tengo que ser la persona más sincera que pueda haber ya que sólo así podré sobrevivir en este mundo donde hay tanta gente hipócrita' (Alessandro Mazariegos)

Fuente: Lost in world.

C. Marco


Volver a la Portada de Logo Paperblog