Revista Cultura y Ocio

Diario de un emigrante

Publicado el 18 febrero 2021 por Rubencastillo
Diario de un emigrante

Reconoceré, antes de mencionar cualquier otro detalle, que me ha costado un gran trabajo entrar en esta historia de Miguel Delibes. Y la causa de esa dificultad la tengo clarísima: el lenguaje empleado por Lorenzo, el personaje que actúa como protagonista y narrador en primera persona. Su utilización de giros coloquiales (a veces, directamente vulgares) y de palabras cuyo significado me resultaba desconocido me impedían disfrutar de la narración. Se me argüirá que se trata de una prueba de la inmensa capacidad del escritor vallisoletano para meterse en la piel y el alma de personajes humildes; y no seré yo quien se oponga a tal reconocimiento. Pero, a la vez, insisto: no me dejaba instalarmeen la obra.

Después, cuando se fueron desarrollando los hechos (Lorenzo decidiendo irse a Chile para hacer las Américas; el embarazo de su esposa; el viaje en barco; las primeras decepciones al llegar; los trabajos menores que el antiguo conserje debe asumir para conseguir un pequeño sueldecito estable), ya comencé a notar que a Miguel Delibes hay que concederle en cada libro el beneficio de la duda, porque es autor majestuoso y convincente, que termina enamorando. También aquí lo hace, sobre todo por el retrato anímico que nos ofrece de Lorenzo, un hombre de temperamento irritable, más amante del vino o la caza que del trabajo duro (nos repite de manera obsesiva que quiere labrarse una fortunita, pero cada vez que el trabajo se pone ante sus ojos encuentra razones para no concentrarse en él: que él no ha venido a América para ser recadero, ni tampoco ascensorista, ni lustrar zapatos, ni… Todo se le antoja impropio, pese a su nula preparación para aspirar a otros oficios) y que muestra ante su mujer una postura que no cabe tildar sino de machista (se enfada cuando ella pretende que no se gaste el dinero en la caza, se enfada cuando ella le recrimina que beba tanto, se enfada cuando ella gana dinero como peluquera… Y todo porque él “se viste por los pies” y es quien tiene que mandar en la casa. Incluso habla de darle “una mano de guantadas” (sic) cuando ella, que obtiene más dinero con su trabajo que él con el suyo, se atreve a indicárselo).

Lorenzo, el iluso que creyó que en América se ataba a los perros con longaniza, va a experimentar de inmediato sus primeras dudas (“A veces la cabeza falla, porque la avaricia la ciega y la pone como tolondra. Porque, vamos a ver, ¿qué me faltaba a mí allá? Nada, a decir verdad; mal que bien tenía un cacho pan que echarme al cinto, una casa curiosa, media docena de amiguetes de los fetén y una escopeta y unas perdices para distraerme. ¿Qué hay otros sitios donde dan más? De acuerdo, pero tampoco faltan donde den menos. Lo malo es que uno ya se ha determinado y, de grado o por fuerza, no queda otro remedio que achantar la mui y apencar con lo que haya”); y el paso de los meses lo va convenciendo de que volver es quizá la mejor solución. Si en un año no se ha hecho rico (ése era su estúpido objetivo), para qué seguir allí. De la mano de su paciente esposa y de “un chilenito y medio” (han tenido un hijo y Anita cree que está de nuevo embarazada), emprenden el regreso con el rabo entre las piernas.

Una novela sobre ambiciones ingenuas, sueños impetuosos y frustraciones que las mujeres (el personaje de Ana es admirable) restañan con inhumana entereza.


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