Revista Cultura y Ocio

Diario de un escrito (3)

Por Gfg
Ayer en la presentación del libro de relatos de Juan Carlos Márquez, Llenad la Tierra, uno de los valedores, Jon Bilbao, habló de cuatro características que él pedía a las obras literarias y a sus autores: honestidad, imaginación, emoción y ambición. Me he dado cuenta que Asesinato en la ciudad del diseño carece de las cuatro. Es lo malo de ir a presentaciones, te deprimen. Eso no quiere decir que la novela sea mala, no, todavía no. Sólo que nace pervertida de partida y que su recorrido será limitado, como casi todo en esta vida, y puede tener un final traumático.
Pero la novela avanza. Al menos no se encuentra con tantas polémicas como en el proyecto To be continued donde los escritores de la historia colectiva están exaltados porque les parece injusta la selección de capítulos, la edición de textos y las incoherencias narrativas. En mi caso, soy el responsable único y absoluto. Bueno, hasta donde los autores son responsables, porque mucho tienen que ver también los malos narradores o los personajes insubordinados. 
En cualquier caso, como decía, avanza y según avanza, me preocupa más. No he sido consciente en ningún momento de que, en la actualidad, los lectores mayoritarios de libros son mujeres (dentro de poco ver a un hombre con un libro será como antes verle jugando al hula hoop). Y las mujeres no están para tonterías con detectives inmaduros que intentan tirarse a todo lo que se mueva. Es más, han decido apostar por libros donde las mujeres tengan un protagonismo fuerte, que sean luchadoras y que, sobre todo, luchen contra esos hombres estúpidos y egoistas. Ahí tenéis el éxito de María Dueñas con El tiempo entre costuras o el actual lanzamiento de El salón de la embajada italiana, de Elena Moreno (Planeta, of course), que le releva. Por eso pienso que mi protagonista debería haber sido mujer (pero yo de psicología femenina entiendo poco). Quizá en una alarde de ingenio puede sorprender y engañar a todos los lectores al final del libro y cambiarle de sexo. Borges sabría hacerlo sin despeinarse. Yo, supongo que no, supongo que el bisturí se me irá de las manos y le cortaré algo más que los testículos. En fin, que la novela avanza, aunque todavía no sepa por dónde, por qué ni para qué. 

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