Durante esta semana he sentido lo que es la presión mediática sobre el escritor. Mi hija pequeña ha descubierto que estoy escribiendo un libro y me ha comenzado a controlar. Me ha preguntado que por qué me gusta la violencia cuando ha leído el título, lo que me ha hecho reflexionar sobre mi personalidad. Además, desde que se ha enterado, cada día mira en qué capítulo estoy y cómo avanzo. Y, por supuesto, le ha parecido que voy muy lento, que a este paso no acabo nunca, lo cual ha provocado en mí un cierto complejo de inferioridad. Después me ha preguntado si lo voy a publicar como la tía lupita (una amiga de la familia) y he temblado ante la sola posibilidad de ser rechazado por todas las editoriales del mundo. Por último, me ha amenazado con su enemistad si ella o su hermana aparecen en la historia ("no se te ocurrirá"). Al final, por si acaso, también ha incluido a su madre ("tampoco ama").
Ya no me basta con tener miedo de las editoras y de las lectoras de novelas. Ahora empiezo a temer también a mi hija de ocho años.