Revista Música
Ahí me tenéis, feliz con mi primera bufanda (y segundo proyecto tras el irregular pero ya célebre cuello). Me ha costado bastante más de lo que imaginaba, ha puesto a prueba mi paciencia y he tenido que dedicarle mucho tiempo cada día, pero el resultado merece la pena. Eso sí, lo justo es precisar desde el principio que el 99% del mérito es de Ángela. Suyo es el delicioso diseño, suyas fueron todas las indicaciones (yo me limité a seguir sus instrucciones) y suya es la corrección de los muchos errores que cometí durante la realización. Esencialmente, ella fue mi CTRL+Z, además del cerebro de la operación. Y sí, confieso que ella previó que la bufanda fuese considerablemente más larga, pero yo, agotado, le supliqué de rodillas que me dejase terminarla así. Total, desde el momento en el que ya da la vuelta a mi cuello y sobra un poco, ¿para qué prolongar mi calvario?
Realizar esta bufanda ha sido, más que un reto, una muy efectiva cura de humildad. Por lo visto, para mi cerebro es terriblemente complicado seguir esta simple instrucción: un punto del derecho, un punto de revés. Creo que no ha habido una sola vuelta en la que, en al menos un momento, haya tenido que pensar si tocaba del revés o del derecho. Eso cuando no me equivocaba directamente. A Clover pongo por testigo de que nunca más volveré a sobrevalorarme.
Además del punto del revés, que añade un pelín de complejidad al asunto, he aprendido a saltar puntos, a tener en cuenta si la hebra debe colocarse delante o detrás, a emplear dos colores... Eso es lo que ocurre cuando tu profesora es exigente contigo porque vives en la misma casa que ella y sabe cuánto tiempo le dedicas a tejer cada día. En fin, que no puedo dar el pego entre clase y clase. Quizá fue exigente porque pensaba que, al ser yo valenciano, se me daría bien el ‘punto de arroz’. ¿Para cuando una paella de punto de arroz?
Finalmente, y no por ello menos importante, tejer esta bufanda me ha hecho apreciar aún más las que antes tejieron para mí algunas de las mujeres de mi vida: mi abuela, mi madre, Ángela... Ahora que sé exactamente lo que cuestan aún estoy más agradecido por esas bufandas que protegieron mi garganta invierno tras invierno. Para mi abuela llega ya tarde, pero madre, Ángela, dejadme que os dé las gracias por escrito.
Esta vez no puedo mostraros puntos saltados porque no hubo. Cometí errores, muchos y de todo tipo, pero Ángela los fue solventando ―con admirable paciencia―, quizá conmovida por mis súplicas. En cambio, si la siguiente imagen se pudiera ampliar a tamaño real, veríais algunos pequeñitos agujeros que yo llamo ‘mini-agujeros de la capa de ozono’, resultado de alguna irregularidad en la tensión.
Datos técnicos:
Abuelita Merino Worsted – American Rose.
Abuelita Merino Worsted – Silent Rain.
Clover Bambú – Takumi 23cm.
Constataciones (obvias):
Se teje mucho mejor con lana natural que con acrílico.
El punto del revés pone a prueba mi desarrollo motriz.
El sinfonismo malheriano no es muy compatible con tejer bufandas.
Música escuchada durante la realización de la bufanda:
Colours Of Funk 2.
Sinfonías 1 a 9 de Gustav Mahler, más una de mis piezas favoritas, el Adagio de la inacabada décima sinfonía, todas dirigidas por Leonard Bernstein.
Baboon Moon, de Nils Petter Molvaer.
Anterior entrega.