Escasez de productos en Venezuela.
La decisión había sido tomada y ahora me encontraba haciendo todo tipo de diligencias para estar lista a tiempo. Una de las diligencias en la que tuve que invertir más tiempo que en las traducciones, visa o cualquier otro trámite legal fue una que nadie que no haya vivido en Venezuela, en la última década, se puede imaginar que pueda ser una diligencia tan importante y que lleve tanto tiempo antes de migrar a otro país a trabajar. Esa diligencia la llamé yo “la alacena”.
El 02 de junio del 2014 renuncié al Huboldt, lo hice rápidamente porque me daba vergüenza que el colegio me había ofrecido la semana anterior un nuevo cargo y debía dar mi respuesta para el 4 de junio porque me enviarían al Ecuador a hacer un curso en el mes de julio, así que no podía permitir que se les ocurriera comprar el pasaje con anticipación y se gastaran ese dinero en mi; incluso, antes de firmar la aceptación de oferta con el college británico porque apenas el fin de semana anterior había sido la reunion familiar en casa, pedí una audiencia de emergencia con la directora para anunciarle que no retornaría el próximo año escolar y que por lo tanto no aceptaría el nuevo cargo.
Con mi alumno particular de bachillerato ya no tendría clases en junio, sino lecciones intensivas durante las dos primeras semanas para prepararlo para las reparaciones, le habían quedado dos asignaturas y las presentaba a finales del mes. Con Gussi trabajé todo el mes de junio. El ya no me necesitaría en julio, estudiaba primaria y en el mes de julio ya están muy cercas de las vacaciones y no hay evaluaciones ni difíciles asignaciones, así que mi ayuda en julio no era requerida. Algunos de mis amigos me preguntaron ¿Por qué no renunciaste a trabajar con él desde el momento en que obtuviste en empleo en Africa? Porque una vez que yo me comprometo llevo mi compromiso hasta el final, y el final era junio. Mi palabra y mi reputación como docente es mi carta de presentación y trabajo siempre muy duro para mantenerla
Las horas que tuve libres en junio cuando no le daba clases a mi pre bachiller, más los fines de semana, y en el mes de julio casi todas las tardes y sus fines de semanas también, los dediqué, sola algunas veces y otras con mis hijas, a recorrer supermercados de Caracas para comprar comida y almacenarla en la alacena. Esto lo llamamos entre nosotras el “tur de mercados”. Las chicas llegó el momento en que se hostinaron de estos “paseos”. Nos levantabamos bien temprano los sábados y, depués de hacer lo que teníamos que hacer en casa, salíamos algunas veces para el Plan Suárez de La Trinidad, o el de Caurimare, creo que a éste fuimos solo un par de veces porque era bien complicado y se armaban unas agarronas allí de horror y espanto- y a la sede de La Urbina. Mis prestaciones del colegio y el dinero de las clases particulares, además de las tarjetas de crédito, todo lo gasté entre las sedes del Plan Suarez y las del Supermercado Plaza de Terrazas del Avila, Prados del Este y los Samanes. Me llevaba a las chicas porque les transfería dinero a sus tarjetas de débito y cada una de nosotras hacíamos una cola por separado en una caja distinta llevando productos que eran limitadas las cantidades por personas. Si amigos que no son venezolanos, en el 2014 teníamos controladas las catidades que podíamos comprar de algunos productos; por ejemplo la leche en polvo, o leche liquida La Pastoreña, que era nuestra favorita; las catidades que podíamos comprar de café, arroz, harina PAN, detergente, jabón desodarante y aceite; no importa si tenías el dinero, habia un límite por persona. Aún no teníamos restringidos los días de compras, sí amigos extranjeros, más tarde asignaron un día a la semana para que los ciudadanos pudiésemos comprar los productos subvensionados y de primera necesidad, dependiendo del último número de la cédula de identidad, pero eso vendrá más adelante y ya les contaré una anécdota que tengo con esa situación. Pero si, no podíamos comprar la cantidad de productos que quisiéramos ni cuando lo necesitáramos porque escaseaban todos, y había que “cazar” cuáles supermercado tenían esos productos y cuándo.
Fue de esta manera como nos pasamos alrededor de ocho fines de semanas y numerosas tardes manejando Caracas, preguntando a los amigos dónde habían comprado la última vez estos productos, mirando en la calle ¡qué llevaba la gente en las bolsas! y haciendo numerosas colas en las cajas de estos supermercados, para poder dejar llena la alacena de mi casa antes de partir a Africa. Las chicas tenían la dura tarea de a sus diecinieve años aprender a hacer tur de mercado por sí solas y de eso me estaba encargando, de enseñarlas a sondear los caminos verdes del abastecimiento en un país con una economía quebrada y un gobierno desbastador. Necesitaba dejar a mi familia preparada para que por lo menos los primeros tres meses de mi ausencia no fuesen tan duros y poco a poco se acoplaran y acostumbran al manejo de la economía de la casa porque hasta ahora solo yo había sido quien se encargara de ello, pero de aquí en Adelante, aunque tuviesen que esforzarse mucho por conseguir las cosas por lo menos el dinero no iba a faltar para pagar todo lo que necesitara. Al irme tan lejos no solo se iba a notar mi ausencia por el amor que nos tenemos y por ser la primera vez que nos separábamos, sino más aún porque le dejaba a Rossanna Karina por primera vez la mayor carga de velar porque en la casa no faltase nada, en medio de un país con una crisis tan profunda y donde el “turismo de mercado” es una agotadora actividad que se ha vuelto costumbre para poder llenar la alacena.
A “ésto” quedó reducido el Hipermercado Plan Suárez de La Urbina.
La gente corriendo por pollo y harina.