Teresa me condujo al que sería mi apartamento durante el tiempo que viviera en el college. Me asignaron uno en el segundo piso del edificio que está frente a la casa club. La zona de las viviendas familiares están en el ala noreste de la más de tres hectáreas que comprende el complejo. Estos edificios son de tres plantas con dos apartamentos por piso para un total de seis apartamentos por edificio. Las viviendas son enormes, especialmente para mi familia que estaba representada por un solo miembro. En el ala noroeste del complejo hay una pequeña zona establecida para los profesores solteros que está conformada por un solo edificio con pequeños apartamentos tipo estudio, pero Teresa decidió que siendo yo expatriada, viniendo desde tan lejos y una dama, es decir una señora ya, no una jovencita, era mejor ubicarme con las familias. Fue así como quedé hospedada en un piso -como dirían mis amigos españoles-de tres habitaciones, dos baños y medio, una cocina completa con puerta trasera y todo, sala comedor, terraza y balcón.
Imagínense, ese apartamento era más grande que el mío propio en Caracas y era solo para mí. Demasiado espacio, sin embargo siempre me sentí cómoda allí, la actitud con la que se toman las cosas es vital. La vivienda estaba totalmente amoblada, el cuarto principal tenía una cama tamaño “quen” o familiar, con su peinadora, amplio closet y baño, eso sí, ¡no tenía jacuzzi! sería demasiado. Todas las habitaciones estaban amobladas, así que podía tener huéspedes, la cosa es que no conocía a nadie a quien invitar y estaba muy lejos de mis amigos, incluso a Omarcito , quien se aparece en todas partes como el pimentón, se le hacía imposible presentarse en tan remoto lugar, aunque estoy segura que ganas no le faltaron.
Sobre la mesa del comedor estaban todos los utensilios de cocina nuevecitos de paquete, todos en sus cajas para ser utilizados solo por mí; allí encontré un juego de ollas, una tetera, una vajilla, cubiertos, vasos, cepillo para barrer, una pala, mopas , tendedero y hasta una ponchera plástica para remojar ropa; entre los utensilios había unos cuantos víveres como pan, aceite, azúcar y té, pero lamentablemente no había café. Después de que Teresa me diera una vuelta por el recinto mostrándome todo me pidió que revisara los utensilios a ver si faltaba algo, pensé en un sacacorchos, para tomarme un vinito, pero entonces también faltaría el vino así que no dije nada, ya los compraría yo más tarde.
Teresa se retiró para que yo pudiera descansar. Limpié la cocina, saqué todo de las cajas y lo coloqué donde me pareció sería de ahora en adelante su lugar, lo cual me entretuvo un buen rato. Luego tomé una ducha y me eché a dormir una siesta, creo que llevaría una media hora durmiendo cuando sentí un ruido en la sala, salí apurada y me asomé, debo aclarar que en el pasillo hacia las habitaciones había una puerta que separaba el área de la sala-comedor y cocina de la de los aposentos, yo la había dejado abierta y solo había cerrado la de mi recámara, al escuchar el ruido salí y me asomé solo la cara hacia el recibo parada detrás de esa puerta divisoria, allí estaba un señor abriendo la puerta del apartamento, vestido con una braga azul, guardapolvo para evitar confusión, y al verme se excusó sorprendido diciendo que no sabía que yo ya estaba allí y que él solo venía a instalar el gas, yo le pedí que por favor viniera más tarde porque estaba ocupada y que además él me había asustado, el señor inmediatamente de forma incómoda y disculpándose se fue. A partir de ese momento, mientras viví allí, nunca más me acosté a dormir sin cerrar con llave, además de la puerta principal, lógico, la puerta que divide las dependencias y la de mi habitación, así cada noche estuve triplemente confinada.
No pude continuar la siesta así que me fuí directa a la cocina, abrí la bolsa de pan que me habían dejado, me preparé una taza de té y me fuí al comedor a tomar esos alimentos. Me hallé muy rara estando sentada ante aquella enorme mesa de vidrio para seis comensales, comiendo solita en la punta de la mesa y mirando a través de la puerta de vidrio que comunicaba con el balcón, donde lo que se veía a lo lejos era la sabana abierta y de cerca los tendederos con ropa colgada al sol. En ese momento pensé en los cuentos que las abuelas te echan sobre la gente mala que termina comiendo sola en un caserón enorme porque nadie los quiere, así como el señor Scrooge, pero ese no era mi caso así que me paré rapidito de allí para apartar esa imagen de mi cabeza. Recogí de nuevo la cocina y me dirigí a la habitación continua a la mía donde había dejado las maletas, allí empecé a desempacar, mejor tener algo que hacer que sentarme sola en un departamento tan grande a pensar en cuentos “fantasmagóricos”. Había llevado solo dos maletas grandes y la de mano, así que no fue muy difícil distribuir en mi habitación mis pocas pertenencias, no se puede empacar toda una vida en dos maletas, pensé, sin embargo hoy en día vemos a muchos haciéndolo no solo en dos maletas, ¡sino hasta en una simple mochila! La vida te puede cambiar, tan solo en un momento, todo ¡si lo sabré yo! que la mía cambió por primera vez el día que una gandola le arrebató la vida a mi hermana, y cuando eso sucede tus circunstancias son tan diferentes que las posesiones ya no son tan importante como lo es llevar contigo a tus verdaderos afectos así sea en unas cuantas fotos.
Coloqué en la sala los dos portarretratos que Rossanna me había arreglado para llevarme, se veían tan pequeños en aquél salón donde lo que sobraba era espacio, sin embargo me dije a mi misma que de alguna forma iba a buscar hacer un poco más acogedor aquel lugar. Tocaron a la puerta y pensé que era el conserje que venía a colocar el gas, pero esta vez era una muchacha que se identificó como “el ama de llaves de Teresa”, venía a informarme que mañana pasarían por mí como a las 11, antes del mediodía, para ir a Lagos de compras, de esa manera podría hacer mercado. Le dí amablemente las gracias y cerré la puerta, con llave claro está. En ese momento pensé en la cantidad de dólares que tenía y en que debía investigar cómo cambiar cierto monto del mismo en nairas, pero en mi teléfono no tenía internet y me había dado cuenta que había una red de wifi en el edificio, sin embargo necesitaba la clave, pero ¿a dónde iba a buscarla? ¿A quién le preguntaba? Eso sería algo que tendría que esperar al otro día cuando me reuniera con Teresa. Inmediatamente después me senté a hacer una lista de lo que realmente necesitaba, por supuesto el café encabezó el inventario, seguido de carne, pollo, huevos, pasta y algunas cosas más, al final de los víveres escribí, par de cojines para los muebles y floreros que le den color al recibo, estaba decidida a invertir aunque fuera solo unas cuantas nairas, pero hacer de aquel amplio lugar, que era ahora mi domicilio, un sitio más acogedor.
Aún me quedaba tiempo antes de la hora de dormir, sin embargo no me apetecía, cosa rara en mí, sentarme a leer en ese momento, creo que era porque estaba ávida de conocer ese lugar que escasamente había visto a través de la ventanilla del carro, quería verlo todo, deseaba saber como funcionaba. Montones de preguntas estaban aglutinadas en mi mente, pero por ese día ya no tenía a nadie cerca que pudiera contestarlas, ni siuquiera estaba segura de cuántos vecinos había por allí, podía ver algunas prendas colgadas en los tendederos, pero no tenía manera de saber de quién eran y alrededor no se escuchaba ningún ruido. Encendí el televisor, no soy muy amante de ese ingenioso aparato, sin embargo en ese momento parecía ser el compañero ideal; al hacer uso del control remoto me dí cuenta que solo contaba con cuatro canales, de los cuales dos eran locales y hablaban en Yoruba, el otro era Disney channel y por último la BBC de Londres, al menos estaré informada, me dije a mí misma.
Dejé el aparato encendido, como para escuchar algo de ruido y me fuí a la terraza, allí, en frente, tenía la casa de recreación, el “club house”, y podía ver perfectamente la piscina que lucía provocadora, refrescante; a la derecha de la casa club se veía al fondo un edificio como de tres plantas, muy diferente al de apartamentos, probablemente sería un bloque de aulas pensé, y no me equivoqué, más tarde supe que era la sede del Modern Foreign Languages, lenguas modernas extranjeras, exactamente mi coordinación y lugar de operaciones, el cual se podía ver un poco desde mi terraza. A mi izquierda estaba la casa de Teresa y la sabana al fondo. Los mayoría de los chaguaramos en la zona de viviendas eran más pequeños, se notaba que eran nuevos, y en ese instante estaban especialmente iluminados por la luz del sol que comenzaba a menguar. Estando allí asomada se me vino encima por primera vez uno de los más espectaculares eventos africanos que disfruté muchísimo mientras viví allí, la puesta del sol. Me deleité con el color rojo encendido primero, y diferentes tonos naranja después, que iba tomando el cielo; la enorme redondez del sol se iba guardando poco a poco, recogiéndose, bellísimo, inigualable, ardiente, y en ese momento entendí de donde había sacado Wall Disney Studios la escena de Simba siendo presentado ante la manada al atardecer, y allí, con ese maravilloso concierto de luz y color que el sol -en complicidad con las nubes, los chaguaramos y el cielo-me regaló, aproveché y dije en un susurro al astro rey: “sí, tienes razón, mañana será un nuevo día y tú volverás a salir para todos”. ¡Amanecerá y veremos!
Éste era mi edificio frente a la casa club, se observa la piscina. Mi apartamento era el del segundo piso a la izquierda.
Esta foto del pequeño chaguaramo frente a mi edificio la tomé detrás del mosquitero que tenía la ventana de mi dormitorio.
El edificio de Lenguas Modernas. Mi lugar de trabajo. Era la última construcción hecha en el complejo, pero dista de ser la más bonita.