Lee las anteriores partes del diario de viaje a Portugal: parte I (viaje y llegada a Albufeira), parte II (llegada a Lisboa y catedral) y parte III (Lisboa).Belém y sus monumentos
Claustro del Monasterio de Belém.
Fachada del Monasterio de Belém.
El autobús sí iba al barrio de Belém y nuestra parada fue junto a la famosa pastelaria donde venden los no menos famosos pasteles de nata. Mi amiga se perdió entre la gente, pero me la volví a encontrar en el Mosteiro dos Jerónimos donde se había reunido con su madre y su hijo. Al día siguiente tuve la feliz coincidencia de encontrármela mientras desayunábamos en el hotel y me dirigió unas palabras muy bonitas, llamándome “menina” y deseándome que paseara mucho e hiciera muchas fotografías.
No nos dio tiempo a ver todas las maravillas que esconde Belém, pero sí entramos en el precioso Monasterio de los Jerónimos y en su iglesia. Gótico muy recargado, de lo que en España llamamos Isabelino y que en Portugal se conoce como Gótico Manuelino, el monasterio es realmente precioso y recomendable, así como su iglesia, donde puedes subir a la parte alta (quecomunica con el monasterio) y tener una vista privilegiada de sus naves y esbeltas columnas, aún más bonitas y grandes que las de la catedral. El patio era realmente bello e impresionante. Se pasan las horas sin que te des cuenta dentro de tan precioso recinto y cuando sales su maravillosa fachada atrapa tu atención.
Iglesia.
Una carretera separa el monasterio del Monumento aos Descobrimentos al que se accede por un paso subterráneo (esto fue lo que menos me gustó de Belém, aquel paso oscuro, sucio y un tanto peligroso).
Monumento de los descubridores.
El Monumento aos Descobrimentos es una mole de piedra en forma de vela donde se esfuerzan en mirar hacia el frente unos personajes de piedra maciza, creíbles y realistas. En la parte más importante, rompiendo el esquema del conjunto y con la vista perdida en el mar, aparece un Henrique el Navegante firme y poderoso con una carabela en su mano. Realmente el conjunto impresiona. Pero debo admitir que a la sensación de grandeza que emana de él se unió la música peruana que un grupo tocaba a los pies de la estatua, vestido con sus trajes típicos. El conjunto escultórico y la música allende los mares se fusionaban de tal manera que conmovían el espíritu. Me dio un poco de envidia porque el homenaje que hacen a Henriquey a Vasco da Gama en Portugal no es el que se le hace a Cristóbal Colón en España, no quiero imaginar qué harían los portugueses si Colón hubiera descubierto América para su reino. Todo allí es Vasco da Gama: las avenidas, los hoteles, los puentes, los centros comerciales…Torre de Belém.
Réplica de la Torre de Belém.
A lo lejos se divisaba la Torre de Belém, pequeña y preciosa, más cercana a la vista que al paso. Caminamos un buen trecho bajo un sol abrasador y un viento omnipresente hasta llegar a la maravillosa Torre de Belém, uno de los lugares más bonitos y encantadores que se puedan visitar. El mar o el río, como queramos considerarlo, llega hasta sus cimientos y cuando sube la marea cubre la escalera que originariamente daba acceso al edificio. Ahora han puesto una práctica pasarela para llegar hasta ella. Nos paseamos por la pequeña playa de arena blanca repleta de conchitas que está al pie del monumento y nos hicimos fotos en una pequeña réplica de bronce que a todo el mundo encandilaba.Teclea el código secreto
Los restaurantes al pie del río tenían precios prohibitivos así que tuvimos que conformarnos con ir a un práctico y nada encantador Mcdonalds. No fuimos los únicos porque el restaurante estaba lleno de extranjeros, sobre todo españoles. Es de imaginar que todos pensamos que era un lugar conocido, donde sabes lo que vas a comer, con precios razonables y aire acondicionado, detalle nada despreciable para el calor que habíamos pasado en el camino y para las quemaduras solares que ya presentaba aunque me hubiese protegido con gorra y gafas de sol.
Una cosa que nos llamó la atención fue la presencia de un teclado numérico en la puerta de los baños. Todo el que quería entrar tenía que marcar el código secreto. Miramos el ticket de la comida imaginando que nos daría la combinación ganadora, pero nos equivocamos. Tratamos de observar el número que tecleaba la gente, un código de cuatro cifras como los pines de los móviles. Cuando desciframos el misterio nos dirigimos al baño con la casi ilusión de marcar nosotros también la clave, cuando una chica que salía me sujetó la puerta y pude entrar sin necesidad de pin, código, clave, ni nada de nada.
La pastelería donde se elaboran los famosos pasteles de Belém.
Pasteles de Belém con receta secreta.
Después nos pusimos en la obligada cola de la pastelaria original de Belém y compramos sus famosos pasteles. Yo quería habérmelos comido allí, como debía ser, pero mis compañeros de viaje tenían demasiada prisa por ir a Cascáis.El apeadero asesino
Lo más complicado del viaje fue conseguir los billetes para el tren de Cascáis. Había que sacarlos de una máquina expendedora en un apeadero a las afueras de Belém. No había quien entendiera el funcionamiento de la máquina, del sistema de trenes, ni de las paradas. Había cuatro trenes cada uno de un colorque tenía en común una parte del recorrido, sin embargo cada uno tenía el final de su línea una parada después que el anterior y solo uno llegaba hasta Cascáis.
Vista del monumento a los descubridores y el puente sobre el río Tajo.
Un bienintencionado viajero intentó ayudarnos con la máquina expendedora, pero tardamos un rato en darnos cuenta que las tarjetas que habíamos sacado no servían para el tren y que teníamos que sacar otras nuevas (con el consiguiente gasto) aparte de la recarga para el viaje de ida y vuelta. Un español nos explicó el funcionamiento y ya pudimos sacar nuestros billetes.El apeadero era tremendamente estrecho y los trenes pasaban a alta velocidad, muchos de ellos sin pararse allí. No comprendía porque unos paraban y otros pasaban de largo, además que no sabía el que tendríamos que coger ya que ninguno llevaba distintivo alguno con el color que le daban en el plano.
Uno de los apeaderos entre Belém y Cascais.
De repente sentí un furioso viento a mis espaldas y el bolso que llevaba colgado al hombro voló sobre mi cabeza. El sonido característico de un tren a toda velocidad me congeló. No me había dado cuenta de nada, no había oído la máquina acercarse, estaba de espaldas a la vía en aquel estrecho apeadero cuando el tren me pasó a pocos centímetros sin que nadie se inmutase. Pasé verdadero miedo y no me pude mover hasta que comprobé que estaba a salvo.
Nos equivocamos de tren y acabamos en un apeadero en medio de un barrio viejo y destartalado. Esta vez no le di la espalda a las vías ni un instante y permanecí completamente pegada a la barandilla que marcaba la entrada al pequeño recinto. A la segunda fue la vencida y conseguimos dar con el verdadero tren de Cascáis.Playa de Cascais.