El diario de Katherine Mansfield es para mí un libro-lluvia. Llueve esa mañana de domingo de 1910 al inicio de su diario. Comienza el mismo resfriada. Cae la lluvia sobre Londres, en donde se afincó desde jovencita por decisión propia pues a esa edad su Nueva Zelanda natal se le quedaba pequeña. Añorará después su país y ese sol del que John Middleton Murry, editor y marido de Katherine Mansfield, dirá que su esposa sentía nostalgia.
«Día angustioso. Esta noche durante varias horas he pensado en los males que trae consigo el estar desarraigada. Cada vez que uno se marcha de un sitio cualquiera, deja allí algo de gran valor que no tendría que morir y que se muere». (9 de febrero de 1922)Pero la lluvia que cala a Katherine Mansfield no es solo climatológica. En ella llueve la impotencia, la soledad y sobre todo el dolor. Su lluvia la empapa, la invade y se desborda en sus escritos para caer sobre quien la lee. Es una lluvia fina, persistente, tenaz. Sus gotas no forman torrentes. Es la melódica cadencia que se filtra y se instala como la tristeza.
«Una de las K. M. está muy triste. Pero así ha de ser. No le deis de comer». (1922)Sí, el diario de Katherine Mansfield es un libro triste. Pero también luminoso. Su luz es la verdad pulida de cada una de sus frases. Porque la lluvia también limpia.
Katherine Mansfield estaba obsesionada con la verdad, con ofrecer la misma a sus lectores en cada una de sus obras. Quería escribir para ganar dinero y ser así independiente tanto ella como su esposo. Aun así, su trabajo para ella no era solo un medio para solventar su economía sino esa «pasión que ocupa en mí el lugar de la religión, puesto que es mi religión; así como el lugar de la compañía de los demás, porque yo he creado mis compañeros, el lugar de la vida, porque es la Vida». Para ella escribir es un deber y se siente culpable e impotente cuando traiciona la sagrada vocación del escritor. Se califica de mala en más de una ocasión cuando no cumple esos propósitos. Clama por tiempo para escribir sus libros; después, afirma ya no importarle morir.
En 1921, sin embargo, sufre una crisis pasajera al respecto. Escribe en su diario que no quiere dejar huella. Argumenta que ya no quiere escribir, que lo que quiere es vivir, cuando para ella ambos verbos habían sido siempre sinónimos. Toda esta premura por vivir y escribir se comprende mejor conociendo que Katherine Mansfield murió con tan solo 34 años y que en más de una ocasión debió de pensar en una muerte cercana.
Su diario comienza en 1910, como he comentado, pero de ese año tan solo consta un par de breves anotaciones; el resto (compuesto no solo por entradas de diario digamos al uso sino también por cartas sin enviar, notas para sus novelas, etc.) lo escribe entre 1914 y 1922. En 1917, Mansfield sufre una pleuresía que derivará en tuberculosis. Muere en 1923. Podría decirse, por tanto, que escribió gran parte de su diario sintiéndose enferma. Pero es que además la autora sufría desde siempre dolores reumáticos que afectaban a su corazón. Ya el 1 de abril de 1914, por ejemplo, deja escrito: «He pasado un día horrible. Nada ni nadie me podría ayudar, salvo alguno que supiera adivinarme».
«He aquí lo que hay de horrible en la enfermedad. Uno tiene que aceptar dócilmente que expongan sus secretos a la luz, y que los examinen con mirada fría y fija». (3 de febrero de 1922)
Katherine Mansfield
Fotografía de autor desconocido
Estos temas son recurrentes en su diario pero no son los únicos. Menciona varias veces la figura del niño o del hijo. Habla de que es una persona solitaria que no se encuentra cómoda en sociedad. Declara que «sólo disfruto de veras en mi propia compañía». En una de sus anotaciones de 1919 podemos leer: «Siempre prefiero vivir en un país demasiado caluroso que en un país demasiado frío. Pero prefiero siempre estar con gente que me quiera poco, que con gente que me quiera demasiado». Estas palabras, tal vez se entiendan mejor bajo la luz de una de sus anotaciones de diciembre de ese mismo año: «Seguramente tengo más experiencia que otras personas, he sufrido más y he soportado más. Sé lo que es aspirar a la dicha, y qué precio tiene una atmósfera de cariño, un clima que no inspira miedo. ¿Por qué, pues, no trato de recordar estas cosas y de cultivar mi jardín?»
«La inteligencia que me gusta tiene que tener sitios salvajes, un huerto enmarañado, en que las ciruelas oscuras caen encima de la hierbe tupida, un bosquecillo abandonado, la probabilidad de encontrar una o dos serpientes (Serpientes verdaderas), un pozo del que aún nadie ha explorado el fondo, y senderos llenos de florecillas plantadas por el espíritu. Ha de tener, además, rincones donde poderse esconder de veras, no escondites artificiales, no cenadores y laberintos. Aún no he encontrado una mente culta que no tenga su glorieta. Yo detesto y aborrezco las glorietas». (1920)Esa atmósfera de cariño y ese país caluroso quiso recuperar Katherine Mansfiel a través de la escritura.
En 1915 recibe la visita de su hermano. El tiempo compartido con él son momentos de dicha para ella. El hermano parte al frente del que no volverá. Hay que hacer notar, tal y como nos informa su esposo, que ninguno de los conocidos de Mansfield que van a luchar a la guerra regresa con vida. Los estragos de la Primera Guerra Mundial pesan profundamente en su ánimo pero es la pérdida del hermano lo que le causa una honda pesadumbre. «Sólo contigo sé ver, y por esto veo tan claramente», le escribe cuando este ya no puede leerla, y a partir de entonces se compromete a «cumplir un deber, hacia aquel hermoso tiempo en el que estábamos vivos los dos».
John Middlenton Murry, 1917
Fotografía de Lady Ottline Morrell
«Estoy cansada, deliciosamente cansada. ¿Estarán las margaritas de campo deliciosamente cansadas cuando se cierran por la noche y las cubre el rocío?» (1919)Parece que Katherine Mansfield más que resignarse al dolor lo ha aceptado, que ha alcanzado ese privilegiado estatus al que llegan algunas de las personas que conviven largamente con el sufrimiento. Sin embargo, las últimas anotaciones de su diario dan muestra de otro tipo de aceptación.
Mansfield compara su existencia con la de un parásito. Afirma sentirse como si hubiese vivido encarcelada los últimos cinco años y quiere liberarse de su prisión. Ni siquiera el amor por J., su esposo, es suficiente para mantenerla presa. Ese sentimiento es solo nostalgia por lo que fue y un sueño que no puede hacerse realidad mientras ella esté enferma. Su relación es una tortura con algunos momentos de dicha. Anteriormente había manifestado no poder compartir cierto tipo de pensamientos con J. Si lo hacía, él se ponía triste; si no, ella se quedaba sola en la lucha.
Su lucha termina a comienzos de 1923. La última entrada de su diario es del 10 de octubre de 1922. En ella, a la pregunta de «Bueno, Katherine, ¿qué entiendes por salud? ¿Y para qué la quieres?», se contesta lo siguiente:
«Por salud entiendo la capacidad de vivir una vida completa, adulta, viva, activa, en estrecho contacto con lo que quiero, la tierra y sus maravillas: el mar, el sol. Todo lo que entendemos cuando decimos el mundo exterior. Quiero penetrar en él, ser parte de él, vivir en él, aprender de él, perder todo lo que es superficial y adquirido en mí, volverme un ser humano consciente y sincero. Al comprenderme a mí misma, quiero comprender a los demás. Quiero realizar todo lo que soy capaz de ser para poder ser (y aquí me he parado, he esperado inútilmente, una sola expresión dice lo que hay que decir) una hija de sol. Si uno habla del deseo de ayudar a los demás, de llevar una luz y otras aspiraciones semejantes, parece que uno mienta. Que baste esto. Ser una hija de sol».La lluvia me ha acompañado a lo largo de prácticamente toda mi lectura de este diario. Una lluvia sorpresiva en estos lares en los que escribo en los que el otoño acostumbra a ser seco. La mañana en que comienzo a redactar esta reseña luce el sol. Es el sol que ilumina el ambiente tras cielos cubiertos y que calienta los huesos y los días destemplados. Es el sol que ilumina la huella de la lluvia y del deber cumplido de su hija Katherine Mansfield.
«Mi espíritu tiene una sensibilidad excesiva que recibe todas las impresiones. He aquí por qué razón estoy completamente entusiasmada y vencida». (26 de enero de 1922)
«Fragilidad, fragilidad. Me he dado cuenta que la vida no era más que esto». (Octubre de 1920)
Lugar de nacimiento de Katherine Mansfield en Thorndon, Wellington, Nueva Zelanda
Fotografía tomada por Lanma726 el 3 de diciembre de 2007
Ficha del libro:
Título: Diario
Autora: Katherine Mansfield
Introducción de John Middleton Murry
Traductora: Ester de Andreis
Editorial: Ediciones del Cotal
Año de publicación: 1980
Nº de páginas: 293
ISBN: 84-7310-016-6
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