Revista Cine
Antes de alcanzar la celebridad con Vida de Samuel Johnson, James Boswell permaneció un tiempo en Londres (durante 1762 y 1763) con el objetivo de encontrar plaza en el ejército. No lo logró. Pero en aquella ciudad conoció a Samuel Johnson, cuya obra ya admiraba. En esos dos años mantuvo un diario que, a menudo, escribía con retraso. En algunas partes, sin duda, predomina la monotonía: Boswell nos cuenta con quién desayuna, almuerza y cena cada día, y a veces en su día a día no ocurre nada. O al menos nada que nos fascine. En otras partes saca a relucir su lujuria, algo que le granjeó polémica porque no se cortaba un pelo a la hora de relatar sus coyundas con amantes y prostitutas. Un ejemplo:
Mientras volvía a casa por la noche, sentí que las inclinaciones carnales hacían estragos por todo mi cuerpo. Resolví gratificarlas. Me dirigí al Saint Jame’s Park y, como si John Brute, cogí una puta. Por primera vez, me enzarcé con condón, lo que no me dio más que una apagada satisfacción. Quien se sometió a mis abrazos lujuriosos fue una joven muchacha de Shropshire, de sólo diecisiete años, muy guapa, de nombre Elizabeth Parker. ¡Pobrecita, lo pasó mal!
Pero lo mejor comienza cuando conoce a Johnson y empieza a visitarlo, y éste da muestras de su sabiduría, de pequeñas perlas que podrían haberse dicho en la actualidad, como ésta:
En la sociedad civilizada, la bondad interior no le será tan útil como el dinero. Señor, puede usted hacer el experimento. Vaya a la calle y déle un sermón moral a un hombre y un chelín a otro, y fíjese en cual le respeta más.
[Traducción de José Manuel de Prada]