En la Hispania de Rajoy existen paralelismos con la Galia de François
i analizamos los resultados de las elecciones francesas, celebradas el pasado domingo, podemos extraer varios titulares. El primero: "mientras las siglas de Hollande pierden 151 ciudades, las sombras de Sarkozy ganan 142". El segundo: "la hija de Le Pen conquista 11 ciudades"; y el tercero: "el 36.3% de los galos no acudieron a las urnas". Como ustedes saben, en función del color del periódico, las balanzas de la noticia se inclinan para un lado u para el otro. Desde la crítica debemos analizar los porqués que se hay detrás de cada titular, más allá de los intereses editorialistas de algunos medios. Las razones del primer titular nos las ofreció Hollande, tras conocer la derrota: "un cambio insuficiente, demasiada lentitud, poco empleo y poca justicia social, demasiados impuestos, poca eficacia de la acción política y demasiadas dudas sobre cómo salir de esa situación". El segundo titular: la victoria de Marine Le Pen, lo explica muy bien Dominique Reynié, politólogo francés: "entre un cuarto y un tercio de la población se siente abandonada por su Estado. Muchos buscan una salida y no la encuentran en los partidos tradicionales. Les queda elegir al FN o no votar". La hija de Le Pen ha suplido con su discurso las debilidades del bipartidismo galo. Durante su campaña apeló al agotamiento del Estado del Bienestar; la desesperación de los jóvenes; los problemas del envejecimiento y, sobre todo, la inseguridad francesa. Inseguridad determinada, según ella, por las olas de inmigración irregular que azotan a Francia desde los tiempos de Mitterrand. En resumen: discurso antisistema, euroescéptico y nacionalista; son las claves para entender el ascenso de Marine. El tercer titular: "la abstención". Treinta y seis de cada cien franceses optaron por no votar. Lo hicieron, verdad de las grandes, como protesta contra la "incompetencia" de la clase política para resolver sus problemas y la desideologización de la izquierda.
En la Hispania de Rajoy existen paralelismos con la Galia de François. Existen, y no lo digo yo sino el último barómetro del CIS, una alta – altísima- desafección social con la política. Desafección provocada por algunas de las razones que en el párrafo de arriba, esgrimía Hollande: "demasiada lentitud, poco empleo, poca justicia social, demasiados impuestos, poca eficacia de la acción política y demasiadas dudas como cómo salir de esta situación". También tenemos problemas similares a los aludidos por Marine: desmantelamiento del Estado del Bienestar; juventud desesperada por "querer y no poder trabajar"; dudas sobre la sostenibilidad futura de las pensiones; inmigración irregular, frenada por vallas afiladas y pelotas de goma; dudas, muchísimas dudas, acerca de las recetas para salir de la crisis. Y finalmente, aumento de la abstención ciudadana, fruto del cansancio ciudadano por la ineptitud de sus representantes. La principal diferencia con nuestros vecinos del Norte es que mientras ellos son gobernados por el cetro de la izquierda, nosotros lo somos con el cetro de la derecha; aunque, la verdad sea dicha, en la praxis las políticas de sendos países circulan por los mismos derroteros: más desigualdad social y falta de luces para enderezar la crisis.
La elección de Manuel Valls como primer ministro francés ubica al "gobierno de combate", en palabras de Hollande, a las orillas de la derecha. Manuel Valls, para que nos entendamos, es el "Bono" español, en otras palabras, la "oveja neoliberal" de la izquierda francesa.
Un político de fachada roja y verborrea "felipista" pero con alma conservadora, al más puro estilo "Sarkozy". Para equilibrar la "derechización" del Elíseo, el nuevo Ejecutivo cuenta en sus sillas con Ségolnè Royal -, expareja de Hollande – al frente de Ecología, y Montebourg a los mandos de Economía. Monteburg se define neoproteccionista y afín al discurso antiglobalizador. El nuevo Ejecutivo aglutina en sus filas a los polos opuestos de la izquierda gala. Los aglutina con objeto de frenar para las próximas elecciones: el éxodo progresista hacia las filas lepenianas y la abstención ciudadana.
La derrota de Hollande invita a la crítica a reflexionar sobre el cataclismo que está sufriendo la izquierda occidental. Un cataclismo, les decía, marcado por el contraste entre: la teoría de la calle y la praxis de las urnas. Por un lado estamos viviendo – los españoles – un lustro de movilizaciones sociales contra las políticas llevadas a cabo por el Ejecutivo. Manifestaciones en contra de los recortes; del aborto; de los desahucios, de las preferentes; de la reforma laboral; de las subidas de impuestos; de la corrupción… Movilizaciones sociales contra la "indignidad" de una "clase política"; que gobierna para los suyos y olvida en el arcén a los "votantes de la competencia". Mareas ciudadanas, verdes, blancas y amarillas, que claman en el asfalto de las plazas un Estado más intervencionista; que mire más por los ciudadanos y menos por los mercados. Un Estado del Bienestar que ofrezca a la sociedad los mínimos necesarios para garantizar unos servicios públicos de "calidad"; consistentes en: hospitales: sin camas en los pasillos, sin largas listas de espera; colegios: con instalaciones decentes, sin barracones y, juzgados: descongestionados, más rápidos y eficaces. Hasta aquí: la teoría. La praxis, queridísimos lectores, circula por otros derroteros. En la praxis de las urnas no hay una coherencia entre el mensaje de la calle y los resultados electorales. A pesar de que España, como la mayoría países, es sociológicamente de izquierdas, la derecha gana aplastante mayoría. ¿Por qué, se pregunta Carmelo? Por las grietas de la socialdemocracia; por la desafección de los jóvenes con la política; por el incremento de la abstención y, por la desideologización las políticas nacionales; sujetas a las directrices europeas.
Hollande no ha barrido las cenizas del jarrón "Merkozy". Francia no lidera, ni liderará Europa, ni siquiera ha creado una corriente socialdemócrata que sirviera de freno a la involución social auspiciada por Ángela. La derrota de Hollande sirve a los otros – a nosotros – para vislumbrar la tendencia del voto para los próximos comicios europeos. Sabemos, valga la obviedad, que ni Francia es España, ni España es Francia, pero la empírica de los hechos demuestra que tanto François como Zapatero han sido castigados por no llevar a cabo políticas valientes; que pongan contra las cuerdas a los intereses alemanes. No las han llevado, ni las llevarán, porque el modelo político europeo impide a sus miembros gobernar con libertad en el seno de sus cabañas. Es, precisamente, la falta de libertad de Hollande y ZP, la que les ha impedido dirigir sus países con el cetro de la izquierda. Esa falta de libertad o prisión neoliberal, llamada Europa, se manifiesta en el asfalto de las plazas mediante corrientes de indignación callejera y castigo democrático, el día de las urnas. Mientras Merkel gobierne Europa solo habrá cobijo para las políticas neoliberales; las otras – las políticas socialdemócratas- tienen los días contados. Atentos.
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