Revista Opinión
Sin ser particularmente religioso, diciembre me inunda de dulce melancolía y gratos recuerdos familiares. Una cierta espiritualidad me embarga hasta hacerme sensible a la luz de estos días azulados y a la frialdad de las noches que, como cuchillos, los dividen en agradables jornadas luminosas. Mi infancia se confunde con la de mis hijos y comparte sensaciones de arrumacos bajo las mantas y de juegos en el hogar, abrigados de la intemperie y custodiados por el cariño de los padres. Son días de diciembre que, más allá de la Navidad, refulgen en los ojos inquietos y expectantes de quien vive estas fechas como una oportunidad de paz y felicidad, acompañado con las melodías de George Winston. Como cada diciembre.