¿Una rapiña por la tierra, por los bienes comunales que los campesinos del Membrillo Bajo venían disputándose con terratenientes en la comarca minera de Huelva desde el inicio de la Segunda República? Nadie conoce las causas reales que motivaron a nueve milicianos falangistas a desatar una auténtica sangría en esta pedanía rural, que se encontraba a pocos kilómetros del municipio onubense de Zalamea La Real (Huelva) y que terminó arrasada por las llamas durante el verano de 1937.
Con apenas 113 habitantes, la pedanía del Membrillo Bajo había pasado inadvertida en el verano de 1936 por las primeras operaciones de guerra de Queipo de Llano en la zona. Sus vecinos, entre los que se encontraban jornaleros y campesinos, vivían de forma apacible hasta la inesperada llegada de un grupo de falangistas en el verano de 1937. Desde la carretera de Berrocal aquellos soldados accedieron a la aldea y pidieron cobijo a los vecinos. Nadie sabía la carnicería que les tenían preparada los verdugos tras aquella noche de hospedaje.
Rafael Moreno, periodista onubense y autor del libro 'Una raya en el agua', califica la represión como "lenta y sistemática" en esta pedanía rural. "Los vecinos empezaron a decir a los pocos días: aquí falta fulano y falta mengano". Nadie sabía a ciencia cierta cuál era el objetivo de aquellos milicianos que lentamente limpiaban aquel paraje. Moreno apunta incluso que con tal de sembrar el miedo "llegó un momento en que los habitantes del Membrillo tenían prohibida la salida del pueblo". Aunque señala que "algunos lograron huir a Zalamea y otros esconderse en tinajas de aceite para evitar una muerte segura".
VEJADO, CAPADO Y CON LA LENGUA CORTADA:Entre las víctimas había mujeres y menores de edad. El único superviviente que quedaba vivo murió el pasado mes de diciembre. Cándido Moyano Rodríguez tenía siete años cuando ocurrió todo. En sus memorias cuenta que "se encontraba junto a su primo de la misma edad escondido cuando vio cómo se llevaban a su tía, a la que mataron en la sierra". Hasta sus últimos días no logró sacar de su cabeza la imagen de los hombres asesinados que los falangistas ponían en la carretera más cercana para sembrar el terror o la triste historia de su tío Cándido, que murió vejado, capado y con la lengua cortada.
La matanza del Membrillo duró meses, hasta que fue incendiada y bombardeada para borrarla definitivamente del mapa. A pesar de los años transcurridos s e mantienen en pie las paredes de algunas de las casas, rodeadas de un inmenso verde y las siluetas de las calles que tenía trazadas la aldea.
La orden oficial fue decretada por Queipo de Llano el 6 de agosto de 1937, y el motivo, la búsqueda de fugitivos y guerrilleros en la comarca de Huelva, tras ser declarada de nuevo zona de guerra. Nadie creía que tal motivo podía desatar aquella terrible masacre. Sus autores desaparecieron tras el incendio sin conocer aún a día de hoy el número de víctimas que fueron brutalmente asesinadas y torturadas.
Años después, en plena dictadura la historia del Membrilo parecía "haber desaparecido de la memoria", cuenta Moreno. Nadie nombraba lo que había ocurrido ni las atrocidades que sus vecinos habían vivido. Cándido también recordaba el terrible incendio de las casas. Su familia tuvo la suerte de llegar hasta el pueblo más cercano, el de Zalamea, donde vivió hasta el final de sus días.
LUGAR DE LA MEMORIA:La Aldea del Membrillo Bajo fue declarada por la Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía Lugar de Memoria en el año 2014. Un panel recuerda el terrible episodio vivido por sus vecinos para crear conciencia sobre la auténtica barbarie que se vivió durante la guerra civil y dar así a conocer la verdadera intrahistoria, esa que aún cuentan aquellas muros que se encuentran en pie a pesar del paso de los años.
C. Marco