El verano se asoma en los termómetros de esta España nuestra después de una Semana Santa pasada por agua en el norte y pasada por sol en las procesiones del sur de la península Ibérica. Te asomas a la ventana y ves el jardín florido. El sol invita a la playa. El polén te recuerda que todavía estamos en primavera provocando estornudos y lagrimeo.
Vienen los días de gazpacho. Por eso he ido al supermercado que me queda más cerca de casa a comprar el Gazpacho Alvalle, caro como él sólo, pero que encuentro con un descuento del 50% en la segunda unidad. Me sale la segunda botella a 1,95 euros. Por la primera botella bien cerrada con su tapón color naranja a juego con el color del gazpacho que contiene pago 3,90 euros. Comer rico sale cara. Comer menos rico también es caro.
Los días de gazpacho de supermercado amanecen en los periódicos con más Cataluña, más señor Puigdemont, más España sin Presupuestos, más manifestaciones en la Cataluña de sí y de no. Puigdemont sigue en la cárcel de Alemania. Mañana deciden si lo traen a España. Ese hombre es tonto, piensas, mientras das buena cuenta de tu botella de Gazpacho Alvalle. Estoy segura de que en la cárcel alemana no sirven gazpacho andaluz. Comerá salchichas picantes con patatas o con arroz o con poca cosa. O tal vez como algo mejor porque los privilegiados siguen manteniendo sus privilegios en las cárceles.