Pasó la presentación de El nervio de la piedra en el Museo Ramón Gaya de Murcia. Fue el pasado miércoles 22 de octubre. El acto resultó entrañable, muy cálido o, al menos eso me pareció a mí. Me sentí arropada por un nutrido grupo de personas amantes de la poesía, esa parienta olvidada de la literatura. Agradezco públicamente su presencia a todos los asistentes. También he de dar las gracias al personal del Museo y a su director, Manuel Fernández-Delgado, por todas las atenciones tenidas y, cómo no, al querido poeta que me presentó: Antonio Durá, amigo desde hace muchísimos años.
Las fotos han salido movidas. Apenas cuatro o cinco se han salvado, pero no os cansaré con imágenes y solo dejaré aquí un par de recuerdo, la primera tomada por Amelia Pedreño. Ahora habrá que ver cómo ha quedado la grabación, pero para eso he de esperar a que me ayude alguien con pericia, que soy una absoluta inepta. Si sale bien, la subiré a la página de este blog titulada Vídeos.
Ahora toca preparar la presentación de Albacete, que será el día 6 de noviembre, a las 19,30 horas, en la librería Popular, calle Octavio Cuartero, número 17. Tendré la suerte de estar acompañada en el acto por el poeta Ángel Aguilar, así como espero contar con la presencia de un grupo de amigos de allí que son como hermanos.
Entre tanto, se multiplican los deberes para esta escribidora, que no hay día que no se halle repleto de actividad. Reconozco que ando un tanto despistada, pues estas etapas promocionales me son agotadoras al tiempo que apasionantes. Acostumbrada a una vida casi monacal dedicada a la escritura, las salidas y entradas continuas de estos días me dejan poco tiempo para la creación. Pero siempre existen ratos destinados a la lectura, ratos que apaciguan el alma.
He concluido El balcón en invierno, de Luis Landero. Me ha gustado, como me gustan todos los libros de Landero. Su prosa me hipnotiza, su inmensa humanidad me apresa. No hay libro de él que no haya leído desde que lo descubrí en el ya lejano 1989 con su primera magnífica novela Juegos de la edad tardía. Ningún título suyo me ha defraudado. Todos sus libros han sido un acontecimiento para mí, un oasis de buenas letras en un mundo donde cada vez se cuida menos la calidad literaria. Lo mismo me ha ocurrido con este, el último que ha publicado. Aquí, ya desde la portada con esa foto de un Landero jovencito, se nos anuncia que es una confesión o colección de recuerdos del autor, una biografía emocional novelada donde nos narra cómo fue ganado por esta roba-almas que es la literatura. Tras su lectura, entiendo mucho mejor sus novelas anteriores, sobre todo episodios que beben de la fuente de su propia memoria. Además, El balcón en invierno implica un acercamiento cómplice a este autor al que admiro tanto.
Ahora, recién adquirida y ya leídas más de cincuenta páginas, estoy con la novela de un paisano que escribe de maravilla. Se trata de Rubén Castillo, un autor descubierto por mí recientemente y al que pienso seguir en su trayectoria y leer con atención.En su última novela, Anillo de Moebius, aborda el tema de la identidad personal. Un buen día, el protagonista se ve inmerso en una situación extraña donde nadie lo reconoce como la persona que es, sino como otra distinta que no conoce de nada. Enrique no es Enrique para los otros, sino Julio, un desconocido muy ajeno a sí mismo. Su casa no es su casa, sus papeles no recogen su nombre sino el del impostor, Julio. ¿Qué ocurrirá? Espero descubrirlo en breve.
Para la lectura siempre hay tiempo y, gracias a ella, la literatura circula por mis días actuales. Leer implica expandirse, acrecentarse con las vidas que nos ofrecen esos tesoros que son los libros. Afortunados son los que leen, porque ellos multiplican sus vivencias además de su cultura.