Revista Cultura y Ocio
Se suele hablar de la influencia que ejerce el clima sobre los seres vivos en general. Sin embargo, por qué no pensar también que los sentimientos humanos pueden influir de manera determinante en el clima. Es la tesis, sustentada en un modelo físico y matemático, que sostiene el protagonista de Días de lluvia. Una novela de Luis Junco, editada en Baile del sol y escrita en una prosa limpia, que fluye como las aguas de un río. No resulta extraño para quienes conocemos la maestría de este escritor en el manejo del lenguaje.
Marcial Buenaventura, el protagonista, es profesor de un instituto en Madrid. A lo largo de la novela va corroborando cómo su tesis se cumple, después de él haber vaticinado la llegada de la lluvia. Aún más, nieva de pronto y entonces descubre que la temperatura a determinado grado de congelación se vuelve, asimismo, fuente de sentimientos.
Luis Junco entrelaza con originalidad en su narración el ciclo habitual del agua y el devenir humano, colectivo, pero a la par individual. En el libro alzan la voz personas concretas con historias particulares e intransferibles que, por diversos motivos, confluyen en una misma búsqueda. Todos se buscan a sí mismos, a la vez que cada cual anhela a su modo un espacio común de libertad.
Nuestras vidas son los ríos // que van a dar en la mar, // que es el morir //, escribió Jorge Manrique. Me vinieron a la mente sus versos mientras leía Días de lluvia. Al contrario que este poeta, cuyo poema alude, en última instancia, a la muerte como homologación de los humanos, Luis Junco parece rescatar a los muertos en las aguas del río a las que fueron arrojados por la violencia. Rescata sus asuntos pendientes y su memoria para preservarla, antes de que se adentren de forma definitiva en el mar. El río es, además, la estancia donde se da un ajuste de cuentas, propiciado por el marco histórico en el que se desarrolla la novela. En las páginas del libro late la atmósfera de la guerra civil española, los años de posguerra y el último periodo de la dictadura franquista. Se narra el espanto y el horror, venido de las distintas partes, y su otra cara: la lucha incansable por la conquista de la dignidad, la defensa de lo humano frente a la barbarie.
Vivos y muertos se confunden en la novela. Tal vez, porque los sueños y deseos de los unos y los otros permanecen, como permanece la esperanza cuando se anhela la lluvia y cuando esta la devuelve con su llegada.
Entretanto, el amor recorre la novela a través de una joven misteriosa. Su presencia recuerda la figura de la bella niña -del poema de Louis-René des Forêts- que únicamente se deja ver en sueños. O la imagen de aquella mujer, de la cual se dice que arrancarla del sueño para preguntarle es perderla. Por eso no interroga el enamorado Marcial Buenaventura a la joven. Solo -¿solo?- sabe que es hija de la lluvia como él.