Revista Cultura y Ocio

Días en blanco

Publicado el 12 agosto 2020 por Rubencastillo
Días en blanco
Me ha ocurrido muchas veces que, tras comenzar un libro y tener la impresión de que iba por mal camino (argumental o estilísticamente), he decidido resistir unas páginas más antes de sucumbir a la tentación de abandonarlo de modo definitivo. Y me ha ocurrido también algunas veces que esa paciencia (o quizá cabezonería) me ha permitido descubrir que la obra finalmente remontaba el vuelo y lograba gustarme. Con Días en blanco, la poesía completa de José Luis Sampedro, me ha ocurrido esto último.Mi mujer, sabiéndome admirador del novelista de Barcelona, me regaló hace pocos días el magnífico volumen que, editado por José Manuel Lucía Megías (catedrático de Filología Románica en la Complutense), publica magníficamente el sello Plaza & Janés; y me puse de inmediato a leerlo. Para mi perplejidad, sus primeras páginas estaban llenas de poemas insustanciales, escasamente rítmicos, poco airosos en la forma y convencionales en los temas y vocabulario (hasta 67 veces he subrayado la palabra “primavera” en sus líneas). Pero estaba ante José Luis Sampedro, fautor de sirenas y sonrisas etruscas, así que lo razonable era tener un poco de paciencia. Y el experimento salió bien.Conforme se va avanzando por esta extensa selva lírica, los poemas se van haciendo más altos y más hondos, se llenan de aromas filosóficos (y hasta de guiños económicos), se impregnan de serenidad y nos dejan en los ojos bellísimas reflexiones sobre la vida y el paso del tiempo. Sampedro se convierte en un gran cultivador del ritmo endecasílabo y octosílabo; maneja los encabalgamientos con elegante soltura; y sus imágenes se van llenando de originalidad y de fuerza. Lo vemoshacerse poeta; lo sentimos haciéndose poeta. Bastará con recomendar al lector que se detenga en las páginas 78, 127, 222, 291 o 293 para convencerlo de la brillante solidez que el autor de Octubre, octubre o de Congreso en Estocolmo logra en el ámbito de la poesía.Pero es que este libro nos guarda para el final una guinda jocosa: los poemas de humor que Sampedro fue componiendo durante años, con ocasión de reuniones profesionales, críticas a la dictadura franquista o cachondeos literarios. Cerrar un volumen diacrónico con estas perlas constituye todo un acierto, que el lector agradece con sus sonrisas.

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