Revista Cultura y Ocio

Días rojos amores que matan

Publicado el 27 enero 2015 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

9:45 de la noche. El tren estaba a punto de partir rumbo a Nueva York. Tomó el asiento más cercano a la cabina y levantando levemente su mirada de soslayo dio un sorbo de su amargo café. Su cabeza dio un giro de 50 grados y con la mirada atenta al otro lado de la ventana, ésta con los ojos hundidos y empapados de lágrimas pudo decir su último adiós.

Al otro lado del vagón, se encontraba una figura dantesca que, a medida que avanzaba el tren, ésta se desvanecía hasta hacerse casi imperceptible. -Aquél señor elegante que estaba más interesado en cortejar a otras mujeres que en serle fiel a su servil esposa era su marido -Juan. Un marido cuyos intereses eran los ajenos a su familia y, que sin embargo, guardaban un gran rencor y odio a su esposa, Catalina por haberse marchado de su país natal.

Al cabo de tres días, Catalina estaba encantada con su nueva vida pues ya había llegado a su país de destino. Entusiasmada cogió sus maletas de equipaje color azul cielo y se hospedó en una casa- hotel con media pensión. Sentada en un amplio banco de madera con adornos renacentistas, contempló los inmensos jardines que la rodeaban que, despedían un aroma olor jazmín. A su lado, tomó asiento un hombre moreno con la cabellera ondulada como si fueran rizos de olas de mar. Su piel morena color carbón parecida a la de un hindú y sus enigmáticos y oscuros ojos negros redondos como dos estrellas fugaces que se juntan al anochecer, dejaron petrificada a Catalina. Por un instante, el tic- tac del reloj se detuvo y, abrazados con la mirada, sintieron el amor más puro acaecido en una fría tarde de invierno.

Catalina se levantó inesperadamente y, sin mediar palabra se abrió paso entre los laureles que la rodeaban hasta llegar a su dormitorio. Allí se despojó de su ropaje mientras observaba cómo desde la ventana la luna llena le sonreía. Su corazón bombeaba más rápido que nunca cuando observó que aquél hombre que le hacía encender la llama del deseo subía las escaleras. Sin mediar palabra, se adentró en la habitación de Catalina para observarla mientras estaba durmiendo. Al despertarse, aquélla figura perfecta que parecía haber visto la noche anterior, permanecía en su mente.

Quería saber quién era esa figura que la dejaba atónita cada noche durante sus treinta días de estancia en el hotel. En su última noche, mientras preparaba sus maletas de equipaje, ésta contempló que el color de las mismas había cambiado. -Ya no eran azul cielo sino negras como la muerte. Se puso su mejor vestido, uno blanco de seda y, justo cuando fue a apagar la luz para dormir, una figura resplandeciente, teñida de negro y con una especie de cabello postizo se acercó a su oído y en voz baja y tenue le susurró en su oído derecho: -hay amores que matan-. Desenfundó su revólver, apuntó y disparó directo a su corazón.

Por Sara Rodriguez Arias


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