Revista Cultura y Ocio
Estas últimas semanas hemos estado pegados a los programas de debate sobre la actualidad y no ha habido tiempo para el cine. Pasar de perfil por esas cadenas tipo Veo7 o Intereconomía viendo graznar a tertulianos enloquecidos y el goteo de improperios de los mensajes, saltar 24 horas para acabar refugiándose en CNN+ e intentar intuir la gravedad de las cosas por un gesto de Iñaqui Gabilondo -maniatado e impontente-, por el dato aterrador que se le escapa inesperadamente a algún asesor -que dijo claramente hace dos semanas que cuando se acordó la ayuda a Grecia, todo el "sistema económico" europeo ya estaba contaminado-. Así que hemos intentado ir medio adivinando lo que se estaba cociendo porque en España no hay ninguna cadena de debates de actualidad medianamente objetiva. Entre los apocalípticos y los integrados aquí cada cual se tiene que dedicar a esperar que llegue el chaparrón cuando menos te lo esperas. Enfin, que no estaba el horno para cines. Y por fín cayó la tormenta, la realidad, como llega siempre en la vida cuando anteponemos prejuicios, cobardías, miedos y otras estupideces. No mencionaré al innombrable y a su caterva de ineptos, que se han forjado a pulso un lugar de honor para historia de este país, que siempre, siempre, siempre acaba mal. Al menos mis alumnos han estado al día de lo que estaba pasando y de lo que podía pasar, jamás me podrán acusar de que en clases de Ciencias Sociales y de Historia Contemporánea yo he huido el compromiso de dar la cara y hablar claramente de las graves circuntancias en las que nos vemos sumidos.