"Me llenó el corazón de alegría. Son tan escasas las cosas que te llenan el corazón de alegría que conviene tomar nota mental cuando las encuentras para no olvidarlas".
Leí la sinopsis (todavía lo hago algunas veces) de esta novela y me la compré. Y ahí estaba algo olvidada cuando, comentando con un amigo las novedades editoriales, me dijo que en breve se edita un nuevo título del autor (la continuación de este que os traigo, aunque este tiene un final cerrado). Me habló de lo mucho que le había gustado Días sin final y me recomendó que no lo dejara por más tiempo, y eso hice. Poco o nada sabía yo de Sebastian Barry, un escritor irlandés con numerosos galardones en su haber. Desde ya os digo que no le perderé la pista.
Nos situamos en la década de 1850. Conocemos a Thomas McNulty, que es quien nos cuenta la historia, un joven de diecisiete años que, ante la escasez y dificultades para salir adelante, toma la decisión que toman otros muchos jóvenes: se alista en el ejército de los Estados Unidos.
Acompañaremos al protagonista en su trayectoria vital: su participación en las guerras indias y en la guerra de Secesión, su lucha por sobrevivir y sobreponerse a las terribles penurias por las que pasará.
Con estas breves pinceladas que os doy puede parecer una historia muy dura, y lo es, pero es mucho más. McNulty se rodea de personajes entrañables: se enamorará, vivirá momentos inolvidables y sus esfuerzos por salir adelante darán paso a una vida llena de esperanza, porque eso es Días sin final, una novela de contrastes: nos muestra la peor cara de la guerra, pero también la belleza de la amistad, del amor y las oportunidades que presenta la vida, y lo hace con tal belleza narrativa que no he podido evitar caer rendida ante este autor. Un western que me ha calado y que prácticamente he subrayado de principio a fin. No lo dejéis pasar.