Revista Cultura y Ocio

Días sin hambre - Delphine de Vigan

Publicado el 22 junio 2017 por Elpajaroverde
Todos tenemos un demonio dentro. El mío es pequeño y gris. Escuálido, de bordes difuminados y con un tono de gris que se mimetiza con el entorno. Mi demonio, en vez de absorber y reflejar luz, absorbe y refleja oscuridad; supongo que como todos. Es peligroso tener un demonio tan anodino porque una a veces se olvida de que lo tiene. Pero está ahí, y sus bordes difuminados son también extensibles y, a veces, mi demonio cobra dimensiones grotescas y lo (me) invade todo(a). Lo hace poco a poco, de forma imperceptible y, cuando me doy cuenta, yo ya no soy yo sino una muñeca hueca rellena de demonio.
Mi demonio no tiene nombre. Esto lo estoy pensando ahora, que sé que el demonio de Delphine se llama Lanor aunque ella no lo trate de demonio. Pero la idea de que todos tenemos un demonio y de ponerme a pensar en el propio me vino nada más comenzar este libro, solamente al abrirlo, sin haber leído ni una palabra más allá de su sinopsis. Supongo que ha sido así porque ya había conocido al demonio de la madre, que era negro como una noche oscura sin fin, y en ese momento me disponía a encontrarme con el de la hija. Y pienso, ahora que he conocido al demonio de Delphine, que tal vez todos nuestros demonios, independientemente de que les pongamos apodo o no, responden a un mismo nombre; pienso incluso que tal vez todos sean el mismo demonio que, cobijados y alimentados por nuestros cuerpos, cobran diferentes formas, colores y dimensiones. Pienso que hay demonios tan fuertes (como podría haber sido el de Delphine y como sin duda fue el de su madre Lucille) que acaban devorando y arrasando con todo, como un parásito que, en su ansia de crecer, termina por matar a su huésped sin ser consciente de que ello supone también su propia destrucción.
"Al parecer muere de ello un diez por ciento. Por descuido, tal vez. Sin darse cuenta. De soledad, seguramente. A ratos lo piensa."
Días sin hambre - Delphine de Vigan
Supongo que muchos pensaréis que tras leer Nada se opone a la noche (podéis leer mi reseña aquí), novela en la que la autora reconstruye la vida de su madre tras la muerte de ésta, el paso más lógico sería leer Basada en hechos reales, su siguiente novela, más teniendo en cuenta que esta última, aunque ficción, parte de la premisa de una Delphine en crisis creativa tras el arrollador éxito de su anterior novela (léase la propia Nada se opone a la noche). A los que os hayáis enfrentado a la tremenda historia de Lucille, sin embargo, tal vez no os sorprenda que me haya decantado por el camino contrario (y para mí más lógico) y me haya retrotraído hasta la primera novela que escribió de Vigan, novela en este caso con claros tintes autobiográficos pero escrita como ficción y publicada por primera vez bajo el pseudónimo de Lou Delvig. Vuelve a proteger Delphine a una familia, la suya (y al mismo miembro, me temo), que, supongo que sin querer, le ha hecho tanto daño. Y vuelve a ser generosa y honesta consigo misma y por tanto con el lector. Difícil equilibrio de conseguir el suyo. Bien sabe Delphine de las heridas que producen las palabras, las dichas y las calladas. Bien ha aprendido a utilizar las suyas para crear belleza del dolor. Bien presentía yo que aunque el demonio de Delphine tendría suficiente entidad por sí mismo iba a cobrar dimensiones estratosféricas a la negra luz del de su madre. Poco imaginaba, en cambio, que me iba a encontrar con destellos fugaces que, por esa protección a la que he aludido, me fueron negados en la lectura anterior. No soy yo nadie para contaros alguna conclusión que he sacado. No me corresponde. Suya (de Delphine) es su vida y suya su familia, por más que la hagamos nuestra al leerla. Por eso, ahora, dejo de hablar de Delphine. Por eso, y porque ella así lo quiso cuando se escribió, comienzo a hablaros de Laure.
"Se llama Laure, no es más que un trozo de papel mascado, gastado, en el hueco de la mano de él, como una pepita de vida."
Él es el doctor Brunel, el joven médico que la trata. Podría haber sido otro pero tenía que ser él. Por esos hilos invisibles que nos conectan con algunas personas, porque "por primera vez alguien acudía a buscarla allí donde los demás no podían, no se veían ya capaces", "por lo que él entiende a través de medias palabras, lo que entiende en el silencio", porque las palabras también pueden ser curativas y él inventa historias para ella.
Ella, esa pepita diminuta y reseca, que se niega a sí misma el sustento que la haría crecer y florecer. Ella ya no puede volar por las calles enfrentando las miradas esquivas y acusadoras; ella ya no puede ni sentarse porque sus huesos se clavan en más huesos y en su piel. Ella ya no siente más que frío dentro y fuera, porque los alimentos que no traga para no sentir, pensando que así se sentirá más ella, la han dejado congelada. Y el deshielo duele, va a doler, lo sabe. Ella ya no quiere más dolor que el que ella misma, sin ser consciente, es capaz de infligirse.
Laure llega al hospital cuando su peso apenas es compatible con la vida. Un línea delgada sobre la que hace equilibrios y de la que está a punto de caer. Una sonda enteral y una ingesta de más de cuatro mil calorías diarias es lo que la aguarda los próximos tres meses, tiempo que tardará en recuperar un peso viable; un tratamiento violento para resucitar un cuerpo que ella fue la primera en violentar. Pero Laure no quiere curarse. Tan solo aspira a evitar la caída para poder seguir haciendo equilibrios sobre la delgada línea que separa la vida y la muerte. 
"Sabe que no ha hecho trampa. Sabe que hay otra cosa, que el temor a engordar es a veces más fuerte. Sabe que su cuerpo es capaz de quemarlo todo; por las noches lo siente funcionando en vacío, vaciándose, lo oye latir, triturar, quemar, por más que todo haya pasado ya, que todo esté digerido, lo oye acelerarse, sin poder dejar de rumiar, de ronronear, de gastar energía. Sabe que su cabeza es capaz de hacer eso. Que su enfermedad es más fuerte que las certezas de un joven médico."

Días sin hambre - Delphine de Vigan

Bascula Romana. Fotografía de Frank Black Noir


Su enfermedad, para ella, es como un estandarte, es su seña de identidad. La negativa a curarse es un acto de rebeldía, un intento de mantener el control sobre la propia vida de alguien que hace tiempo que ya lo ha perdido. El ayuno para Laure es como una droga. La desintoxicación es costosa; vencer la dependencia, un proceso aún más doloroso. El cuerpo tiene memoria, puede volver a aprender a comer; los ángulos se tornan redondeces. Pero ¿cómo enseñar a un alma que nunca ha sido alimentada? 
"Entre anoréxicos, lo primero que se hace es preguntar cuánto -cuantos kilos, cuántas calorías, cuánto tiempo-, no se pregunta por qué. Esas cosas vienen después, con la sal de las lágrimas."
Y las lágrimas llegan. Y la sal escuece las heridas de ese alma que se pensaba indestructible.
Laure no come porque no puede tragar, porque su estómago está lleno y su garganta, cerrada. Tiene un bolo dentro que no le permite admitir más comida. Un bolo hecho de guijarros arenosos procedentes de su infancia. De una madre cuya enfermedad mental no la ha dejado ser madre. De un padre con tanta necesidad de afecto que se ha olvidado de brindar el suyo. De la propia culpa de Laure que siente que ha abandonado a su hermana a merced de sus dos progenitores. La anorexia de Laure es un grito visceral que el bolo impide salir y torna inaudible. El eco rebota contra las paredes que son su cuerpo. El espacio cada vez es más reducido. El bolo lo ocupa todo. El grito se ahoga. Lo que lo hizo nacer es lo mismo que lo está matando. Sólo Laure oye su grito y ni siquiera ella lo escucha.
A veces, sólo (no es poco) se necesita sentir que alguien sabe interpretar nuestros gritos mudos. A veces, tan solo es necesario agarrarse a los hilos invisibles que nos tienden (y aferrarse fuerte, y trepar y trepar...) Lo que muchas veces no se sabe es que si el hilo es invisible es porque, en última instancia, sólo se puede salvar uno a sí mismo.
El doctor Brunel le dice: "hay que luchar consigo mismo para entender algún día que se está luchando por uno mismo".  Laure, en sus días de hambre, tendrá que luchar por recuperar su hambre de vida.
"Le da miedo curarse, eso es todo. Se aferra a esa enfermedad como si fuese el único modo de existir. No posee otra identidad, defiende los vestigios de su escualidez, para ella las únicas señales de su presencia. Conserva en el fondo de sí misma, en las zonas hundidas de su cuerpo, entre las costillas, entre los muslos, un pequeño nido para Lanor. Si recobra una apariencia normal, se volverá translúcida, como un charquito de grasa derretida en el fondo de una sartén. Si se cura, se esfumará a los ojos de la gente, se perderá entre los demás. Ahogará en sí misma, tras una redondez tranquilizadora, ese ronco grito surgido de la infancia. Si se cura, pasará a ser una joven de formas imperceptibles, una adulta, oíd lo fea, lo brutal que es esa palabra."

Días sin hambre - Delphine de Vigan

grab. Fotografía de Christy Mckenna




Ficha del libro:
Título: Días sin hambre
Autora: Delphine de Vigan
Traductor: Javier Albiñana
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 168
ISBN: 978-84-339-7872-1

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