Revista Sociedad

Dias ventosos, días lluviosos

Publicado el 26 octubre 2011 por Hogaradas @hogaradas

Por Hogaradas
Mi animadversión a los días ventosos viene desde muy nińa, cuando una noche en las que parecía que hasta la casa iba a salir volando, los cables de tensión que pasaban por delante de la misma se incendiaron y tuvimos que salir de la cama a toda prisa para atravesar por la de la vecina y escapar por su patio trasero.
Desde entonces sentí un miedo tremendo a los días de viento, hasta el punto de escapar corriendo para meterme en la cama con mis padres, porque allí estaba segura de que pasara lo que pasara, estaría protegida y a salvo de todo.
A partir de aquel momento no he tenido una buena relación con esos días en los que todo se alborota, incluso nosotros mismos, porque estoy segura de que los días ventosos fomentan la locura de quienes ya están airados e incluso consiguen desequilibrar un poco a quienes están dotados de cordura.
Estos días la cornisa Cantábrica es presa del viento, y aunque con los ańos he conseguido dominar esa terrible sensación de desazón, todavía algo dentro de mí me indica que algo no va bien, además de, como esta madrugada, el sonido de la persiana que una y otra vez se empeńaba en recordarme que me encontraría una mańana más con un día de esos desapacibles.
Sin embargo, soy una enamorada incondicional y fiel de los días de lluvia, de los que disfruto lanzándome a la calle sin ningún temor, todo lo contrario, como una nińa que corre contenta a chapotear en todos los charcos con los que se encuentra, así que ayer, y ante el anuncio de que pronto llegará, probablemente nada más que Eolo, el seńor de los vientos,  se decida a dejar de soplar y se retire a otras latitudes, fui al trastero a por mis katiuscas multicolor para que la lluvia no consiga pillarme desprevenida. Mientras subía en el ascensor pensaba en lo curioso de semejante palabra, con ese sonido típicamente ruso y trascendental, así que busqué cuál era su origen, curioso por cierto, ya que se remonta al ańo 1.931 en el que el compositor espańol Pablo Solozábal estrenaba una zarzuela titulada “Katiuska”, cuya protagonista llevaba unas botas altas que darían nombre a las que hoy en día se utilizan para proteger nuestros pies de la lluvia, diminutivo del nombre ruso Katia.
Está claro que hoy mis queridas Katias no me han acompańado en mi quehacer diario, pero aguardan en el armario ansiosas por salir a la calle, seguramente esperando escuchar el dulce sonido de una balalaica que guíe sus pasos.
Comencé mi relato en mi casa aquella noche ventosa con la amenaza de un fuego, y lo termino aquí, en esta mańana oscura que apunta lluvia, qué curioso, la misma que en aquel momento necesitábamos para ahuyentar nuestros temores.


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