Dibujos. Franz Kafka. Edición de Niels Bokhove y Marijke van Dorst. Traducción de Fruela Fernández. Editorial Sexto Piso. Madrid, 2011. 144 páginas. 19,90 euros.
Franz Kafka (Praga, 1883-Kierling, Austria, 1924) fue, qué duda cabe, uno de los más grandes creadores de todos los tiempos. Lo que pocos saben es que, además de escribir, dibujaba y que sus trabajos expresan, de manera sugestiva, el mismo sentimiento atormentado que define sus ficciones. Antes de morir, el escritor checo encargó a su amigo Max Brod que destruyera sus textos y se deshiciera también de los dibujos que había empezado a bocetar a los 15 años. Lejos estaba entonces de imaginar que la historia de la cultura universal le reservaría un lugar privilegiado. Su amigo y albacea, para fortuna de la humanidad, desobedeció el mandato; gracias a él sobreviven las obras literarias y los dibujos del autor de El proceso, que por estos días se publican, por primera vez, reunidos en un mismo volumen.
Franz Kafka. Dibujos, que lanzó este mes la editorial Sexto Piso, incluye 41 imágenes recuperadas de cuadernos de clase, libretas personales y diarios del escritor, hasta ahora dispersos.
Se presume que habría más dibujos, celosamente guardados en cajas de seguridad en Israel y Suiza; pero quien conoce el secreto, Esther Hoffe, asistenta de Max Brod y heredera de su legado, no ha querido aportar detalles al respecto.
En el libro hay algunos dibujos difundidos anteriormente (los que Brod llamó “marionetas de hilos invisibles”, utilizados en las portadas de diversas obras de Kafka) y otros, la gran mayoría, inéditos hasta ahora, que aportan una nueva perspectiva sobre la personalidad del autor de La metamorfosis, El castillo y América . ¿Es Kafka ese hombrecito delineado en tinta negra que aparece en varios de ellos? ¿Representan esos otros personajes sombríos el universo emocional del checo? Muy probablemente. Estas obras causan impacto porque permiten profundizar el conocimiento de una figura clave de la cultura e instan al lector a asomarse a ese abismo de dudas y temores que lo acosaban.
Se presume que la pieza titulada El pensador, una de las que abre el libro, es un autorretrato.
Niels Bokhove y Marijke van Dorst, editores del volumen, presentan los dibujos de Kafka junto con fragmentos de sus novelas, relatos, cartas y diarios. Algunos de los dibujos recuperados estaban originalmente acompañados por reflexiones o comentarios. Otros pasajes kafkianos fueron seleccionados por los editores para integrarse con los dibujos elegidos. Como se desconocen las fechas precisas en que fueron realizados, no es posible analizar de forma clara una posible evolución de su línea. De todas formas, la mayoría corresponde a los años en que el joven Franz -que había tomado clases elementales de dibujo en la escuela primaria- cursaba Derecho en la universidad (1903-1905) y se entretenía garabateando figuras y caras en los márgenes de sus cuadernos.
El arte del dibujo parece haber sido para él, por un lado, una expresión de su amor por las artes plásticas, y por otro, una forma alternativa de composición de relatos, como él mismo admitía. “Mis dibujos no son imágenes, sino una escritura privada“, dijo en cierta oportunidad. “La pasión está en mí. Desearía ser capaz de dibujar. Quiero ver y aferrar lo visto. Ése es mi deseo.”Brod declaró en este sentido: “Su pensamiento se construía en forma de imágenes”.
La temprana vocación por el dibujo de Kafka se remonta a su adolescencia; fue entonces cuando dos cuadros en el escaparate de una tienda le produjeron un fuerte impacto. La figura del pintor Titorelli en El proceso podría ser una proyección de esa veta artística que el escritor checo no desarrolló profesionalmente, pero que lo cautivaba en la intimidad. En la madurez admiraba el arte japonés y las pinturas de Van Gogh.
Su amigo, el artista Fritz Feigl, definía las obras de Franz como expresionistas, mientras que Brod -que siempre expresó su intención de publicar un libro como éste, pero no llegó a hacerlo- entendía que respondían a un escrupuloso realismo.
Hay quienes argumentan que los dibujos complementan la obra literaria y hay quienes desestiman la posibilidad de que esos experimentos de novato puedan compararse con la literatura de Kafka. Sea como fuere, vale la pena verlos, desoyendo la visión del autor, que desestimaba su propio talento. En 1922, dos años antes de su muerte, Kafka dijo:
No son dibujos para mostrar a nadie. Tan sólo son jeroglíficos muy personales y, por tanto, ilegibles. [...] Mis figuras carecen de las proporciones espaciales adecuadas. No tienen un verdadero horizonte. Los dibujos son rastros de una pasión antigua, anclada muy hondo. [?] Vienen de la oscuridad para desvanecerse en la oscuridad.
Al parecer, se equivocaba.
Ficha del libro: Editorial Sexto Piso.
Leer un Fragmento del libro. (PDF)
En Algún día: Franz Kafka.