No pensé hasta hace bien poco que los tochos estos de la imagen de la derecha me hicieran tanta ilusión un día de Reyes. Pero lo cierto es que en esta nueva etapa como correctora, en la que hace algunos meses trato de formarme y meter las narices, descubrir bajo papel de regalo dos diccionarios como estos me ha hecho pensar en que en plena era digital hay muchísima información que aún tenemos que buscar en los libros de papel.
Contenidos de interés como el del Diccionario de uso de las preposiciones españolas, de Emile Slager, del que tan bien me han hablado mi colega Ramón Alemán en su fantástico blog Lavadora de textos y Alberto Gómez Font a través de una inesperada y agradecida llamada; o el del Diccionario fraseológico documentado del español actual, dirigido por Manuel Seco, han provocado que me llamaran a capítulo a la hora de los regalos. “¡Ya se le acabó el interés por lo que los Reyes les trajeron a los demás!”, espetó, y con razón, mi querida madre cuando comprobó que me había sumergido totalmente en ambos libros.
Así pues, asesinada por la mirada de mi progenitora, la misma que solía ponerme cuando de pequeña aparecía en las conversaciones de los mayores, tuve que dejar de lado mi estupendo regalo para participar de los de los demás, incluido el de Tao, el perro de la familia.
Pero tras varios minutos de concentración en las sorpresas regias, mientras mi hermano abría su paquete naranja, yo deslicé discretamente mi mano y mi ojo derechos hacia alguna de las páginas del diccionario fraseológico. “Dar el pego”, se me escapa en voz alta, más o menos lo que estaba haciendo yo en ese instante: engañar a los míos mientras hacía ver que ponía interés en la sorpresa que desenvolvía entonces mi padre.
Y así pasó toda la mañana: ellos abriendo sorpresas y yo quedándome bizca de leer de soslayo. Pero llegó la hora de comer y mis tesoros lexicográficos cayeron secuestrados en el maletero del coche, abandonados ante mi indefensión familiar hasta que el sol se puso.
Anoche, al llegar a casa, me lancé de nuevo a por ellos y me sentí como un niño en la Cabalgata de los Reyes Magos: no los solté hasta que me los comí.
