Revista Insólito
Froilán De Lózar
Carmen Formoso, coruñesa de 62 años, una escritora del montón, acaso una entre tantos como escribimos por escribir, sin proponernos grandes metas, se ha pasado más de tres años, dicen, leyendo y comparando su novela “Fluorescencia”, con la novela que ganó el Premio Planeta en 1994, “La Cruz de San Andrés”, firmada por un gallego como ella, con la diferencia abismal de ostentar títulos y premios de alto rango, siendo, además, el autor de obras que los entendidos cuentan entre las mejores de este siglo, e incluso, entre las mejores de todos los tiempos. A mí Camilo José Cela no me agrada ni como persona ni como escritor, pero aunque fuera cierta la acusación que ahora le hacen, aunque se demostrara –que parece difícil–, que le tentó la obrita de una desconocida y se apropió de ella, y que cambiando el sentido de alguna frase, se atrevió a presentarla a un premio que goza de todo menos de secreto (antes de abrir la plica ya se sabe quién será el afortunado), digo que aunque todo esto fuera cierto, Cela no perdería su condición ni sus medallas. Cela seguiría siendo el Académico, el Nóbel, si acaso el entrevistado atrevido y burlón, uno de los más famosos de este final de siglo. Estamos ante un caso verdaderamente extraño, aunque no imposible. La gallega que denuncia al Nóbel, maestra y escritora de cuentos infantiles, tiene motivos suficientes para estar intranquila. Porque no se trata de una obra que haya salido ahora a la luz. Ella registra su novela ante notario, antes de enviarla al famoso concurso. Y hay tanta similitud, tantos pasajes idénticos, tanta coincidencia en nombres y lugares que casi a la fuerza –cualquier maestro se atrevería a corroborarlo– alguien debe haber copiado de alguien. La esposa del Académico se ha apresurado a lanzar improperios y amenazas, que no parecen el síntoma de la mejor defensa: “A lo mejor se le da un susto de aupa a esa pobre señora por hacer una afirmación de ese calibre”. Y añade más adelante: “Se le puede meter una querella que se tenga que pasar el resto de su vida para pagarla”. Una persona como Camilo no hace eso –dirá en su día su abogado si prospera la denuncia–. Una persona como Camilo no necesita hacerlo. Tiene en su haber títulos y honores que desmuestran una valía y calidad suficiente como para no verse tentado a recitificar la obra de "una pobre mujer" y presentarla como suya. Pero, querido lector, a veces nos tientan las cosas más extrañas y un hombre que se presumía santo y bueno puede amanecer con las manos manchadas de sangre. La señora Castaño no se reserva ni una pizca de orgullo a la hora de lanzar improperios tan graves, porque ni la fama, ni el honor, ni el poderío más grande, pueden tapar lo que se mete por los ojos, aquello que se hace evidente hasta para el más humilde de los lectores de este mundo. No creo que Carmen Formoso, una escritora del montón, entrada ya en años, necesite un pase para que la sociedad la reconozca. Yo no creo que busque eso una persona que ya no tiene edad para lucirse. Yo creo que, empujada por uno de los hijos, abogado de profesión, ha querido dejar claro que aquella historia de Camilo es su historia, es la biografía de su vida, los lugares por donde anduvo con toda clase de pelos y señales. A lo largo de los últimos años han sido muchos los autores acusados de plagio. Cuando el alcalde de Alicante pretendía dar un homenaje al compositor vasco Carmelo Larrea, por el tema “Benidorm, Benidorm”, Pablo González Montamarta en una llamada al diario “Informaciones”, hizo saber que era él el autor del famoso pasodoble. Julio Iglesias ha pagado recientemente más de 36 millones al compositor argentino Larry Moreno. También fueron acusados de plagio los cantautores Joan Manuel Serrat y Gloria Estefan. Hasta un cocinero presentó una demanda contra el conocido Carlos Arguiñano por el uso indebido de la marca “La Despensa”. El premio Planeta ya tuvo que soportar otros escándalos: José Luis Olaizola, ganador en 1983 con “La Guerra del General Escobar” fue acusado por el valenciano Pedro Massip. Y aquí mismo, en Palencia, a mediados de esta década se conoció por casualidad el plagio del que fue objeto un relato de Quintanilla Buey, por parte del escritor alavés Patrocinio Gil, quien reconoció haber ganado un concurso en una localidad de Murcia. Quizá el caso más curioso sea el que vivió Manuel Herrero Montoto, médico cirujano, escritor y Presidente de una asociación cultural de Oviedo, que en su condición de jurado se encontró con que una de las narraciones presentadas a concurso era un relato suyo que había sido publicado en septiembre de 1993. La concursante era una joven que firmaba con el seudónimo de Leonor. Puede que todos plagiemos algo: algunas ideas, algunos pensamientos... Algunas historias nos sirven como ejemplo o como tapadera. Es cierto que entre miles de historias pueden darse curiosas coincidencias, pero les aseguro que nunca tantas como parecen darse en la obra de estos gallegos, iguales ante la ley, por mucho que Marina Castaño prometa lo contrario.
Ver en Curiosón las similitudes de ambos libros
©De la sección de Froilán de Lózar, "Crónicas Fin de Siglo", para Diario Palentino