Dicha

Fernando Minó paseaba esa mañana por el camino rural. De vez en cuando daba un saltito como si viviera en un lugar llamado Milagro. Se había levantado con la sonrisa de oreja a oreja y se sentía como una compresa con alas. Feliz. Nada le pesaba ni en la espalda ni en el alma. Había conseguido trabajo, su mujer le miraba con una chispa en las pupilas, el café le cayó bien, salió el sol, la almorrana había desaparecido, el vecino le deseó un buen día, los almendros afloraban… por fin todo estaba en su sitio, hasta las comas. Llegó al barranco del Cuenzo, miró a ambos lados, gritó: ¡Qué dicha tan grande! y se tiró.
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Conclusión: Hay que ver lo raros que somos.