Ya les conté que de chica teníamos un arbolito chico y pobre, con adornos que hacíamos con mi mamá. ¡No tenía ni luces! Lo que sí era precioso era el Pesebre: mi abuela lo había traido desde España cuando se vino escapando de la guerra a los 13 años.
Y como la vida tiene mil vueltas, cuando fuí adulta, me compré un arbolito bien alto, el más alto que había… pero los adornos son más bien pocos y este año los hacemos con las chicas con potecitos de yogures y demás materiales reciclados….
Pero sin duda, lo más hermoso del arbolito es que Papá Noel lo llena de regalos cuando nos descuidamos viendo los fuegos artificiales a media noche… ahí está la verdadera magia: en las sonrisas, en la felicidad de mis hijas, en su inocencia y en el brillito especial que tienen esos ojitos al comprobar que si fueron buenas nenas y por eso Papá Noel no les trajo una cartita….
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